10 de mayo de 2006

Accidentes de tráfico y terrorismo.

(Bruce Naumann, 'Welcome - Shaking Hands', 1985)


Dice
Juanjo Jambrina, citado por un Arcadi Espada: “Los vascos viven el terrorismo como viven los accidentes de tráfico: algo que solo importa si te afecta.”

Con un notable agravante: la vida del conductor se puntúa con el carnet y su libertad y prestigio social crecen o menguan; la nueva vida del terrorista sólo puede cotizar al alza, es un valor seguro. El público huye del conflicto y por eso se reprime con severidad el accidente de tráfico y se premia con discreción política al bandido que ofrece resolver su conflicto creado por él pero creído por la mayoría.

La normalidad es la obsesión y el accidente, el conflicto, la peligrosa naturaleza a prohibir.

En cambio la vida de los neutrales, el estudiante, el trabajador, no puntúa, no se somete a competencia: para el estudiante, promoción automática, para el trabajador, absentismo laboral tolerado. Para el padre de familia, sí puntúa, negativamente: concilia o escóndete; hazte madre o disuélvete.

Hoy crea más alarma social –decretada y medida por el poder- un accidente de tráfico que una bomba de bajo riesgo. Precisamente, la calificación de ésta como accidente que hizo el presidente muestra la nueva categoría administrativa –neutral- en la que se incluye el terrorismo de baja intensidad. Y su denominación de bajo riesgo es porque éste se ha trasladado a la carretera. Se detiene al conductor que fuma pero no al gamberro que quema la tienda del oponente político.

La tendencia es que el infractor de tráfico sea más perseguido legalmente y peor aceptado socialmente que el terrorista en jubilación anticipada. El primero nos asusta y el segundo nos consuela y tranquiliza.