3 de junio de 2006

Mercado y duda (Liberalismo, y II)

(Lyonel Feininger, 'El hombre blanco', 1907, Museo Thyssen)

(A Gengis Kant, Catón y Montano)

1. Sí reclamo que el componente económico deje de ser el pariente pobre del liberalismo, ya que éste no se entiende sin aquél. Precisamente mi denuncia de la concepción iusnaturalista que muchos liberales tienen del mercado es para acotarlo y, por tanto, salvar al liberalismo del derecho natural y del inevitable fundamentalismo que se deriva de esa postura.

2. En cuanto al raquítico liberalismo económico español es una carencia más de nuestra ciencia, pero no resulta significativa a la hora de establecer el cuerpo de pensamiento liberal. El anglosajón, y en particular el inglés, sí.

3. Sospechar que la duda sea raíz del liberalismo y causa de desconfianza de él es una buena manera de expresar una fuerte convicción. Dos sospechas, una duda y un destino.

4. El juicio de la economía de mercado –no del mercado- debe salir de los criterios economicistas de eficacia, eficiencia y equidad. Y de la sospecha de intrusa a que la someten los filósofos. Debe salir por lo que decía en 1: no hay liberalismo político sin economía de mercado porque no hay libertad sin mercado y no hay ejercicio público de la libertad si no lo puede haber del intercambio libre organizado. Además, esos criterios son de utilidad y resultado, no morales, por lo que ceñirnos a ellos permitiría concluir que un sistema de economía planificada –mercado restringido- con mayor éxito que el libre podría formar parte o ser compatible con una democracia liberal. Lo cual es una contradicción.

Además, cuando habla de “una eventual caducidad de la fe en el mercado” [Gengis Kant], ya sabe que la fe no caduca salvo en su mismo origen: cualquier acto de fe queda excluido del liberalismo político por su naturaleza irracional, ya que el componente básico del liberalismo es el escepticismo, la impugnación del dogma. Por tanto, SÓLO “es posible ser genuinamente liberal sin hacer del capitalismo un dogma intocable” Ni de ningún otro postulado moral o mecanismo de aplicación. Y aquí vuelvo a insistir en la jerarquía de valores inherente al liberalismo per se y como caución frente al relativismo.

Este planteamiento permite además el juicio moral a economías de mercado de éxito, con tasas de crecimiento altas como la española de algunos 50 y de los 60, la chilena de Pinochet y la china actual, pero no libres por actuar en un marco político dictatorial.

5. Para mí la clave del juicio de la economía de mercado está en acotar éste. Si no se definen sus límites, mercado es todo (y un “no lugar”), hasta los intercambios que puedan hacer los monos entre sí, con lo que volvemos al iusnaturalismo y se abre la veda para los liberales totalitarios. Y si mercado es todo, no admite contrastación empírica con otros sistemas porque gana de salida.

Por tanto, propongo que el mercado se defina por dinero y precio: la utilización del dinero como medio de pago y el precio como medida de valor. La economía de mercado tendría dos condiciones adicionales: organización y apertura que permita la competencia (además de asignación de recursos escasos, propia de cualquier economía). Soy consciente de que dinero y precio pueden atribuirse más a la economía de mercado que al propio mercado, pero lo hago para excluir de éste intercambios como el del eremita con su medio natural, nuestra conversación (que sí tiene precio pero no dinero), una consulta al psiquiatra sin pago, el trueque o los intercambios en el seno de una comunidad aislada aunque utilizaran el dinero. Un caso de mercado cautivo, no competitivo, sería la prestación de servicios al desarrollo por las ongs en África, por ejemplo, que sí tiene precio (aunque sea sombra) y beneficio para las ongs (remuneración ideológica, afectiva e institucional como grupo de presión), pero no está abierto a terceros (empresas)

A su vez, para que la economía de mercado sea libre es necesario que haya condiciones de competencia “perfecta”, es decir garantía exterior de igualdad de concurrencia de agentes por parte de un árbitro, el Estado. Pero también garantía de neutralidad o reducción al mínimo posible de los efectos externos de esos intercambios, por ejemplo, del urbanismo sin control sobre la seguridad laboral o el medio. Y aquí entra la regulación y control como tales garantías, tan criticadas por los fundamentalistas. Del mismo modo que la libertad política exige regulación.

En fin, todo esto no es más que una opinión personal, organizada, abierta a la competencia, con un precio pagado y un beneficio obtenido. (Y aparece otra vez la duda)

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

los españoles garantizamos el liberalismo procesando a un alto miembro del gobierno chino por un quitame los cojones de encima de la mesa en el tibet.
tropocientos millones de clientes, entre bambalinas.

2:49 p. m.  

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