31 de agosto de 2006

Memoria histórica y recuerdo personal.

('Memoria histórica', Fotomontaje digital de Fernando Diaz)

El objetivo de la ley de memoria histórica es el mismo que el de cualquier otra ley: infundir sensación de seguridad en el protegido. La seguridad que da la legalización de las historias personales compuestas de leyendas de perseguidos por la dictadura en la familia. Se induce el recuerdo en el individuo, se eleva a leyenda, se confirma como mito y se instala en la imaginación popular como símbolo. Lo que hasta ahora era terreno de la cultura de izquierda, pasto de hispanistas de guardia, objeto de documentales televisivos, estampas de lorcas asesinados, motivo de inauguraciones artísticas y rédito de intelectuales integrados, se convierte en disposiciones que sueldan la fragilidad de la memoria personal. Y que ordenan esos flecos particulares en un tapiz colectivo que comparte una misma imagen. Es una convalidación pública del recuerdo o del deseo de haber tenido un tío perseguido por la dictadura. Es la transformación del relato familiar en público.

El recuerdo es una de las aleaciones sentimentales más maleables que pueda haber. Si ya la memoria del tío depende de la herencia o del sabor que deja una reunión familiar, su manejo público hacia el puerto seguro del mito de la república y hacia el prestigio de lo perseguido asegura un rápido éxito al promotor de la operación. Lo demuestra la encuesta de El Mundo sobre el recuerdo que distintas generaciones tienen del franquismo. Sólo aquellos que por edad no pueden tener recuerdo lo tienen negativo, criado por la escuela y por los fabricantes de imágenes como precedentes de esta ley. El ciudadano protegido necesita que su leyenda personal sea mítica y pública, que coincida con la ilusión de la mayoría para poder confesarlo en sociedad y ser aceptado por sus círculos más próximos.

El gran acierto de esta ley es su hábil bricolaje del sentimiento personal que urde y arraiga la historia de una familia. Poco importa que choque contra la evidencia de la larga muerte en la cama del oprobioso, contra la evidencia de las legiones de antifranquistas sobrevenidos a su muerte, contra la evidencia de que ésta les pillara conspirando en los chalets. Se fabrica el recuerdo porque el protegido necesita contar con una leyenda personal que lo eleve de lo cotidiano y con el reconocimiento público y oficial de ésta.

30 de agosto de 2006

Adopción, familia y población.

('The Slave Hold', Jacob Epstein)

La adopción es un medio cultural de control de la natalidad cuando una sociedad llega a la superpoblación y cuenta con medios tecnológicos y económicos suficientes para ponerla en marcha como una industria eficaz. Es la misma cultura que nutre al feminismo y la adopción coincide en los fines con él. Por eso se va sustituyendo la familia natural –la única que tiene capacidad completa de criar- por otros modelos, a los que también se llama familia como prueba de su estatalización discreta (casi secreta). Digo que la familia natural es la única con capacidad de criar porque es la única que puede desplegar los roles masculino y femenino que necesitan las criaturas. Los demás modelos de familia son suplencias y prueba de ello es que reproducen tales roles (aún sin niños).

Desaparecida la comunidad (la tribu) de ‘escala humana’ (dimensiones abarcables y medibles por la capacidad de decisión del individuo, por su autonomía), sumido el individuo en la ilusión de ser diferente (es decir, de ser), la familia era la última forma de organización humana primitiva, previa al Estado, pendiente de absorber por éste.

Hay una segunda función que cumple la adopción, la redistribución del exceso de población y de la renta (económica, sentimental-afectiva y moral). Con el fin de acomodar conciencias particulares y colectiva (ésta, con un valor más, el de la solidaridad, instituido ya en símbolo, o sea, adorado) y evitar conflictos derivados de la miseria, orfandad y violencia en la que viven la mayoría de los potenciales adoptados.

18 de agosto de 2006

La moral de hojalata en Günter Grass.

(El premio Nobel Gunter Grass recibe el Premio Hans Christian Andersen. Foto: Reuters)

En la biografía sobrevenida de Günter Grass hay un hecho que está pasando desapercibido: haber sido preso de los americanos al terminar la guerra. Es el hecho clave que le permitió no sólo sobrevivir sino sermonear con el discurso esperado por el europeo culpable de la guerra fría, construirse una obra cuyo prestigio intelectual y fama se alimentó del antiamericanismo. Si hubiera caído en manos rusas su vida y su carrera cultural habrían sido inciertas. Partió con ventaja y jugó sus cartas marcadas con fervor.

Su revelación ahora del paso por las SS se acoge al Código Civil: “El que ha ejecutado una obra en cosa mueble tiene el derecho de retenerla en prenda hasta que se le pague” (art. 1600) La obra de Grass es un inmueble sólido, con la expulsión de la duda como inquilino propia de lo contundente, ejecutada sobre época mueble, tan mueble e indulgente como la adolescencia, y sobre conciencia mueble, tan mueble, culposa y negligente como la europea de posguerra. Así que ha retenido en prenda el nada reprochable secreto hasta que se le ha pagado su obra, no en dinero por su editor con el aumento de ventas de sus Memorias, sino en prestigio político por los medios que fabrican lápidas y la historia de la literatura. El artículo del Código Civil que explica el momento de la revelación de Grass está en la sección “De las obras por ajuste a precio alzado”. Ese precio alzado, esa autoridad moral que siempre se ha otorgado a Grass continua con el reconocimiento del valor de la confesión por parte de sus acólitos (Editorial de El País, "Gunter 44", 17-08-2006) Desvelar el secreto no ha sido más que un ajuste final de obra.

Nada que objetar a su efímero y adolescente paso por las SS en un momento en que las levas y los destinos de los soldados alemanes se hacían cada vez a más jóvenes y con cada vez mayor arbitrariedad por las circunstancias bélicas del final de la guerra. Igual que nadie objetará a nuestros escritores su paso inocente por la recreativa OJE o su paso entusiasta por los menos inocentes MC, FRAP y otros partidillos colegas de ETA y la lucha armada en la transición.

El accidente SS no es reprochable pero su conversión ahora en cimiento de su obra sí. La marca Grass siempre ha sido un rentable concesionario de premios y castigos morales. Bendecía todo lo que opinaba. La administración del sentimiento de culpa ajeno a través del reproche a media Europa ha sido su mayor garantía de éxito y prestigio y la mejor manera de afincarse en el cuadro de honor de la moral occidental de posguerra. Esa implacable gestión de la culpa colectiva, por otro lado el verdadero objetivo de nuestra ley de memoria histórica, es el mayor reproche que podemos hacer al reprochador mayor de Europa durante décadas. Tiene mérito que su contradicción moral le haya permitido dejarnos alguna cumbre literaria como ‘El tambor de hojalata’.

(Portada de 'The Life and Work of Gunter Grass: Literature, History, Politics' de Julian Preece)

16 de agosto de 2006

El periodista como forense en Cándido.

(Antonio López, "El teléfono", 1963, Fundación Telefónica)

¿Puede ser el periodista forense o notario? Si el periodista levanta fe pública -incontestable por lo veraz del consenso que acredita- de los hechos, o los disecciona en la autopsia del suceso histórico como pretensión de objetividad, el periodismo en su condición subjetiva, creadora de verosimilitud, transformadora de los hechos, desaparece. Desaparece la aportación de significado que representa el periodismo.

Hay una tan interesante como imposible voluntad del
periodista Cándido
en aparecer como forense ante el cadáver de hechos históricos trascendentales: “Por un proceso de alquimia o transmutación histórica sin precedentes que yo conozca, la lucha final de esas familias [del Régimen] y su babélica dispersión ocurrió en el seno de UCD, cuando Franco ya había muerto convertido en una pieza más de un artilugio mecánico... La sombría necesidad de despedazar al padre fue satisfecha en Adolfo Suárez. Esto no es el juicio político de un periodista sino el informe clínico de un forense. Los matices serán políticos y eso es lo que está a flor de conciencia y se recuerda, pero el nudo de la conciencia es freudiano. (...)” (‘Memorias prohibidas’) Pero tras esa pretensión de objetividad también se muestra una poética intención de diagnóstico histórico, una voluntad de trascender el ruido informativo de la época. Cándido fue un fabricante infatigable de significados públicos e históricos, por lo que el reclamo de su juicio como informe clínico de un forense hay que interpretarlo como una emotiva licencia periodística.

Y avanzó el signo de modernidad de los tiempos que se avecinan: “Por entonces [1969-1970, periodo en que subdirigió la revista] ya está cuajada en Índice la consigna de “menos ideología y más política” al servicio de un pragmatismo informativo más inteligible por las mayorías, lo que supone también una determinación comercial, y también porque los acontecimientos se sucedían cada vez más rápidamente y era necesario una mayor agilidad, una agilidad periodística. (...) Son éstos los últimos años en que Índice sale inequívocamente, a pesar de las contradicciones, por los principios de izquierda.”

Si se hubiera hecho en su tiempo una foto en huecograbado a este párrafo aún vigente, habrían salido los políticos y periodistas –la clase informativa del momento- agolpados en el quirófano y operándose de la identidad. Hoy se va sustituyendo ese ya viejo lema de ocasión por ‘Menos ideología, menos política, más soluciones a los problemas de los ciudadanos’, como si el diagnóstico y el tratamiento prescrito no fueran políticos. La muerte de la política como triunfo fatal de la ideología.

Dejemos que sea el propio Cándido, ya enfermo, el que se despida con su estética de racionalista tan escéptico como entusiasta, de creyente en el Estado y crítico impenitente de su realidad: “Diré que creo en el Estado como conformación de la sociedad y asimismo creo en las grandes utopías que buscaron las dimensiones perdidas del hombre. Aquellas utopías, desde Campanella, a Bacon, a Tomás Moro, a Platón, que buscaron la forma más perfecta de organización del “convivium” humano. Por desgracia, utopía significa lo que no existe en ningún sitio. Mientras tanto este sitio aparezca, la entidad más real y perfectible es el Estado. Su estricta definición indica coacción, pero la experiencia nos dice que sin coacción no hay asentimiento. La meta es que el asentimiento y el sentido civil reduzca espontáneamente la coacción. Y la pregunta amarga es la de qué nos ha servido los Estados y el derecho Internacional a los hombres del siglo XX. Mi brindis por el Estado conlleva la seguridad y la esperanza de que los hombres del siglo XXI lo hagan mejor.” (Discurso pronunciado en la imposición de la Gran Cruz del Mérito Civil)

En el acto de imposición del oropel, la banda le queda tan ancha, tan ajena como la vida. La cortesía como forma de organización de la convivencia –ese Estado que reclama- es el último refugio de la lucidez.

(Acto de imposición de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, 6 de abril de 2006. Cortesía de El Quicio de la Mancebía)

15 de agosto de 2006

'De la lengua española' (Cándido)


(Este
artículo de Cándido fue Premio Nacional de Periodismo 'Miguel Delibes' en 2001, publicado originalmente en el diario ABC el 29 de octubre de 2001)

"En la inauguración del II Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado recientemente en Valladolid, donde, dicho sea de paso, es costumbre popular anteponer el pronombre al verbo -"me dé un kilo de patatas"- Camilo José Cela se quejó de que el latín se hubiera perdido como lengua franca europea.

No es una queja baladí o puramente intelectual. En la primera mitad del siglo XIX Schopenhauer vino a decir que aquellos que no entienden el latín se parecen a quienes están en medio de un bello paisaje con el tiempo nublado, ven con claridad las cosas cercanas, pero un paso más allá se pierden en lo impreciso.

La lengua española es hija del latín, nieta del griego y bisnieta del sánscrito. No digo que haya que aprender todo eso, pero tampoco darlo por muerto y enterrado, pues sería conciencia rechazada. Y es que llamar lengua muerta al latín, cuando la nuestra está saturada de su ser, del que partió como la más poderosa de las lenguas romances, es como llamar muerto al gótico y echar abajo las catedrales. Está muerto el mundo en que hablaron y escribieron Virgilio, Horacio, Terencio, Ovidio, Marcial, pero cómo hablaron y escribieron cargó de precisión y de belleza nuestra lengua. Durante una época histórica larga los humanistas españoles escribieron cientos de libros en latín -"si no siempre entendidos, siempre abiertos", dice Quevedo- como la mejor forma de comprometerse con la realidad vital de su tiempo. Si a buena hora y desde los órganos rectores de las comunidades europeas se hubiera conformado una enseñanza seria del latín, que resultaría estúpido comparar con el volapuk o el esperanto, tendríamos hoy un vínculo de comunicación neutral que por lo menos nos ahorraría el cotorreo heterogéneo de las traducciones simultáneas en los saraos burocráticos de la Unión, entre otros pormenores.

No obstante la idolatría del presente, que es el rasgo definitorio de la cultura de masas, hace que el individuo arroje de sí todos los valores que no son realizables inmediatamente. El resto son fantasmas. La guitarra eléctrica sustituyendo al órgano en las catedrales, el "digest" amable y simplificador en vez de la obra numerosa, matizada y difícil, el flamenco andaluz desmedulado hasta la españolada para que guste en Nueva York, la hamburguesa "standarizando" el paladar de millones de personas, son pruebas de que el descenso es constante y seguro, precisamente por los canales de producción.

La Academia es hoy un canal de producción de lengua de la que se apartan y entierran los residuos del latín, como si fuesen residuos radiactivos. Y la producción "crea" al consumidor, el cual no responde, sólo reacciona mediante signos paulovianos. Con el gran montón de vocablos que los vocabulistas de la Academia han echado ahora al Diccionario siguen, efectivamente, al consumidor, pero también lo crean.

No tengo la menor intención de entrar en disquisiciones filológicas que siempre serían vagas y se me acabarían pronto, pero sí quiero decir que el mestizaje, que refuerza el hecho lingüístico tanto como el biológico, puede deslizarse hacia la amalgama más que hacia la aleación. No soy un racista de la lengua, sino un miedoso de la jerigonza. Conozco las aportaciones valiosas de las germanías y su genialidad expresiva en muchos casos, pero aun contando con el rigor selectivo de la Academia podemos acabar hablando en dirección contraria al genio de nuestra lengua, y entonces "eso" será también la lengua. Que la lengua española o castellana hablada ha perdido calidad, que el promedio de su potencia activa se ha rebajado, es un hecho palmario. Para empezar ha perdido capacidad de matiz, subjetividad, precisión, sensibilidad, estilo y magia, y quizá eso la haga más rentable al poder ser sometida más fácilmente a la praxis del ordenador, que liquida la autoexpresión al rechazar la diferencia y no permitir siquiera un instante de gracia. Y el rebelde de Huxley contra el lenguaje de la manada informatizada, aquel "salvaje" que sólo hablaba con parlamentos de Shakespeare, también se rendirá."

(Escritura mejicana (mixteca), Rituales del Templo,Facsímil prehispánico, Codex Borgia, Biblioteca Apostólica Vaticana)

Recuerdo personal de Cándido.

(Carlos Luis Alvárez, 'Cándido', periodista y maestro de lectores. Foto de la Asociación de Periodistas Europeos)

Hará unos 16 años ó 18 años me las ingenié para que una asociación de aire progresista de Valencia dedicada a la organización de conferencias, entre otros medios de creación de conciencia y captación de subvenciones, invitará a Cándido a pronunciar una de ellas. La excusa para sortear el estigma derechista de su trayectoria periodística tuvo que ser su condición de presidente de la sección española de la Asociación de Periodistas Europeos y el tema algún socorrido europeo propio de una época de furor europeísta. Fui con la devoción propia del lector que lo seguía desde niño en ABC a recogerlo al aeropuerto para hacerle una sola e ingenua pregunta: ¿por qué la no izquierda –no sólo la derecha- había perdido la guerra de la cultura y, sin embargo, la izquierda seguía expropiando al por mayor toda forma de cultura? Es decir, ¿por qué había que invitarlo casi de incógnito? Abusando, añadí una pregunta de futuro: ¿cuándo acabaría la clandestinidad de la cultura que no quería ser sectaria?

Cansado del viaje y mostrando su habitual y ético escepticismo respondió como se deben contestar estas cosas, sin lamentos y con la vaguedad propia de un problema insoluble para quien lo había sufrido toda su vida. Hoy, al cabo del tiempo, la cultura mostrada, exhibida, sigue siendo de izquierdas y hasta los presentadores de programas de bricolaje deben parecerlo, además de serlo.

Cándido ya era entonces un hombre con el cansancio físico que acumula el escéptico vencido. Su ‘Memorias prohibidas’ reflejaba en el título esa clandestinidad tolerada. Ahora le llega la amnistía definitiva y nuestro agradecimiento por la corriente de libertad y honestidad intelectual que nos permitió respirar durante los años de plomo impuestos por el pensamiento político único y escuálido del progresismo.