23 de octubre de 2006

La revolución húngara


Hoy se cumplen 50 años del derribo de una estatua de Stalin por unos estudiantes de la Universidad Técnica de Budapest, símbolo de la rebelión húngara contra la ocupación soviética (y contra su dictadura local).

En momentos como el actual, de canonizaciones de una parcial memoria histórica y merecido homenaje a las Brigadas Internacionales,
Hermann Tertsch cuenta (El País, 22 octubre 2006) como Bela Kiraly –comandante de los revolucionarios- rememoraba que Madrid fue la única capital del mundo donde se concentraron voluntarios dispuestos a acudir en apoyo de esa revolución. Habla (HT) de “la vergonzosa pasividad mostrada [por las democracias europeas] ante Moscú.”

Hay un diagnóstico anticipado y escalofriante de aquella eclosión de frustraciones largamente guardadas en su almario por una sociedad que había pasado del nacional socialismo a la invasión soviética y de ésta al comunismo sin respiro democrático. Lo hace Sándor Márai en '¡Tierra, Tierra!', pocos días antes del fin de la Segunda Guerra mundial y reflexionando ante las ruinas recientes del Bastión de Budapest; anticipa así lo que sería el ‘sentimiento nacional’ (llama él; colectivo se diría luego) de esa ocupación: “El país invariablemente ocupado por tropas extranjeras, la vida pública siempre dominada por voluntades ajenas, la obligación constante de llegar a un acuerdo con ellas y, en consecuencia, la corrupción obligatoria. (...) La tragedia social húngara no se puede explicar sólo por defectos internos y congénitos. Se trata de un destino profundamente trágico y hubo muy pocas épocas en las que la nación se quedara verdaderamente a solas con su destino, con su idiosincrasia, consigo misma, y en las que pudiera intentar curarse con sus propios recursos morales. Allí había vivido... la clase dominante (en realidad ya no dominaba, tan sólo domaba).”

Tres años más tarde, en el verano de 1948, Márai toma la decisión de exiliarse (“porque ya no podía callar libremente”) y empieza a despedirse de su querida Hungría, barrio por barrio, recuerdo por recuerdo, esquina por esquina de Budapest, en una despedida física, topográfica, en carne propia. La última noche se encuentra con un conocido, un investigador científico afín a sus opiniones. Hay que imaginarse a esos dos fugitivos del uniforme social que les embute:

(Gyula Zaránd: Lost Utopia, 5 (1993), Memorial of the Soviet-Hungarian Friendship, 1956)
“Ese hombre rechazaba tanto el nacionalsocialismo como el comunismo, y contemplaba consternado el florecimiento obsesionado de la polarización.” Pone en boca de su contertulio:
“Nosotros, los ‘humanistas burgueses’ fuimos incapaces de proclamar esa convicción [la reforma de la vieja Hungría] porque las personas que, como nosotros, insistimos en épocas de profundas crisis en la idea de la ‘medida humana’, siempre despertamos sentimientos encontrados: el hombre del ‘justo medio’, incluso en el sentido aristotélico del término, siempre resulta sospechoso, de izquierdas para la gente de derechas y de derechas para la gente de izquierdas (... ) pretendíamos, en fin, una Hungría humana en lugar de la ‘Hungría jerarquizada de los antiguos aristócratas’.. Y un día se presentó el Ejército Rojo, y junto con los comunistas que venían inmediatamente detrás empezó a colonizar el país. Al mismo tiempo, prometía que llevaría a cabo todo lo que nosotros pretendíamos, todo aquello en lo que creíamos, nosotros, los liberales, los humanistas, los demócratas, todo eso que no podíamos realizar porque ya no éramos lo bastante fuertes o valientes. No pudimos crear esa ‘Hungría humanista’... ¿Qué pretendíamos entonces?”

“(...) Sin embargo, por más que nos preguntáramos, la respuesta era siempre la misma: no podíamos aceptar el comunismo como solución social porque ese experimento no se correspondía con ninguna escala humana...”

En aquella hora silenciosa, en el jardín vacío de aquel restaurante de Buda” se despiden en la esquina de la calle, en medio de la noche. Para decirnos adiós, nos pedimos perdón mutuamente: él por quedarse y yo por irme.

Esa poética cortesía que concentra tanto el humanismo liberal como la fatalidad ante los nuevos bárbaros, es un buen motivo de conmemoración de la revolución húngara y de reflexión para nuestra propia realidad.

7 Comentarios:

Anonymous Anónimo escribió...

Muy acertada reflexión sobre el sufrimiento de un pueblo que, como recuerdas, tuvo de espaldas a las democracias europeas, en un momento fundamental de su historia.
¿Miedo o comodidad?
Un abrazo.
El xiquet

12:21 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Me gusta, me gusta. En general todo el blog.
Saludos y gracias.

6:18 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

Bart: Me llamó mucho la atención el artículo dominical de Tertsch que cita. Un cambio de registro respecto de sus incisivas columnas, que no pilares del régimen EP. Un verdadero artículo de análisis, instructivo y de sumo interés. Tenía pensado escribir de ello.
Pero eso de los 'voluntarios' del '56' en 'Madrid', merece explicarse adecuadamente, ¿brigadas o divisiones?.
Saludos, tiene un e-mail.

10:40 a. m.  
Blogger Bartleby escribió...

Xiquet: Quizás disfrazamos el miedo de comodidad para no reconocer la cobardía.
La revolución húngara llegó demasiado pronto para que pudieran protestar las democracias occidentales... pero también la Primavera de Praga en 1968 y el levantamiento polaco de Gdansk de 1982. Hasta que caducó el statu quo de la Guerra Fría él solito, en 1989.
Resumen: 44 años de dictaduras ante las que nos inhibimos. Tuvo más apoyos, literatura y teoría política el comunismo que sus impugnaciones humanistas. Eso es lo sintomático.
Saludos y gracias por tus puntuales comentarios, Bart.

2:00 p. m.  
Blogger Bartleby escribió...

sr. verle: también me sorprendió el tono relajado del artículo de Tertsch, con sabor a reportaje, en el que la tranquilidad de redacción deja pasó al análisis histórico preciso. Con alguna nota nostálgica, como esa anecdótica concentración de voluntarios en Madrid (debidamente alentada por nuestro Régimen), cuya entidad debió llegar a pelotón.
El caso es que la revolución húngara (con más arraigo popular y apoyo institucional que la checa) no sólo fue ignorada en su momento sino olvidada hasta hoy. Véase la falta de conmemoraciones en nuestros propios medios.

2:07 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió...

La figura de Imre Nagy, primer ministro húngaro de 1953 a 1956, es paradigmática de lo temprano que surgió la oposición en ese país a la ocupación soviética.

Cuando estalló la revolución en octubre de 1956, los elementos más antisoviéticos le pidieron la vuelta a la jefatura del gobierno. Medidas como la libertad de expresión, el pluralismo político o la salida de Hungría del Pacto de Varsovia fueron más de lo que la URSS podía aceptar. Tuvo que enfrentarse a la invasión soviética. Su desesperada llamada a Occidente fue desoída y la insurrección fue duramente reprimida.

Refugiado en la embajada yugoslava, salió bajo engaños, fue deportado a Rumanía y finalmente retornado a Hungría, juzgado y ejecutado. En 1989 fue rehabilitado póstumamente por el Tribunal Supremo de Hungría.

¡Hasta 1989 no fue rehabilitado en su país ni recordado en Europa occidental! Aunque de esto último, ni señales. ¿Qué revolución tenemos entonces pendiente?
Saludos, Vicente.

12:21 a. m.  
Blogger Unknown escribió...

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10:45 a. m.  

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