(Diane Arbus, hermanas mongólicas)
Un debate suscitado en el
blog de Arcadi Espada por
Crítico constante y
Madrigalejos a propósito de pintura y fotografía, Velázquez y
Diane Arbus, es una buena excusa para volver sobre la fotografía de Arbus, con la que empecé este blog.
Bernard Plossu (Premio Nacional de fotografía de Francia) dice:
“Lo peor que se puede decir de una fotografía es que se parece a una pintura, porque son cosas distintas”. No, son técnicas distintas de creación artística que producen miradas del autor y percepciones del espectador distintas, pero son procesos paralelos que comparten la secuencia común representación / creación (mirada del autor) – experiencia compuesta de impresión y reflexión por parte del espectador. En ese debate quedó dicho lo suficiente sobre la mirada libre y liberadora de artistas tan aparentemente dispares como Velázquez y Arbus
como para desmentir al magnífico fotógrafo que es Plossu.
Volviendo a
Arbus, dice:
"Quiero fotografiar lo que es maligno" (en donde ‘maligno’ se refiere a oscuro y marginado, según mi interpretación, puede que piadosa).
“No buscaba lo monstruoso en lo humano” (
Crítico constante) ni exploraba las claves secretas de lo maligno, a pesar de su frase anterior. Es justo lo contrario, una cualidad suya –que comparte con Velázquez- es su humanización de lo ‘monstruoso’ y todo lo que retrata... porque no cree que sea monstruoso. El humanismo como una de las señas de identidad del arte. Esa humanización es elevación de lo subterráneo, de lo oculto, en el sentido de recuperación de la condición autónoma del ser humano respecto de la naturaleza y del hombre como medida de la relación con ésta. La naturaleza, definida en su trabajo por el defecto físico o psíquico, y lo ‘monstruoso’ atribuido por la comunidad al deforme. Contra la fatalidad de esas asignaciones se rebela Arbus y en su lucha contra esa condena hay un tercer rasgo de humanismo.
“Sentía una gran ternura por sus retratados, los buscaba una y otra vez para seguir relacionándose con ellos.” (
Crítico) Aquí hay una doble llave para interpretar la obra de Arbus: compasión y biografía. Ella sentía ternura por sus retratados pero su fotografía no era compasiva; sí entrañable, en cuanto identificada con sus personajes, metida en ellos. No hay compasión precisamente por su empeño en humanizarlos, en despojarlos de sus condiciones reductoras para ofrecérnoslos limpios de accidentes sociales y plenos en su condición humana (que incluye el defecto).
No es compasión porque no es condescendencia y no es ésta porque la sensibilidad de
Arbus no es tan simple, sino que es la propia de un creador honesto, la que respeta el objeto fotografiado para transformarlo en creación libre e impresión limpia –de nuevo coincide en la transmisión con Velázquez-, dejando a su vez libertad al espectador para sentir e interpretar. Sí es caridad, la cual –en tanto que
“amor al prójimo” (
Madrigalejos) y, por tanto, oferta de compartirlo- no condesciende (sólo desciende la limosna; si lo hace el sentimiento, queda abierto a ser igualado al poder compartirse).
Al contrario que buena parte del arte contemporáneo, que en su obsesión por hacer partícipe al espectador del proceso de creación limita doblemente su capacidad de percepción: por reducir el acto creador a una asamblea inexistente y por ofrecérselo interpretado. Al espectador sólo le queda aplaudir bobamente o usarlo para decorar su salón.
Las fotos de Arbus sobrecogen por humanas. Por humanización del repudiado, contrario a cualquier misticismo o idealización. El ser defectuoso es repudiado por la sociedad, no por la comunidad más primitiva, que lo integra en su utilidad o lo sacrifica. La libertad que transmite Velázquez para sentir sus obras es equivalente a la liberación del hermetismo propio de los personajes y mundos que consigue la Arbus con sus retratos de freaks.
"Quiero fotografiar lo que es maligno", recuerda Arbus. Y retratar lo divino, Velázquez. Ambos los han desprovisto de trascendencia. En ambos la mirada es limpia, sin idealización.
La aristocracia de lo humano está radicalmente presente en la obra de los dos: "Adoro a los freaks. Las personas suelen obsesionarse con que les pase algo traumático. Los "freaks" ya han pasado por algo traumático. Son aristócratas" (Arbus).
Un último elemento de la discusión es la importancia de la biografía del autor en la interpretación de la obra. Creo que conviene prescindir de la biografía (algo así decía Madrigalejos) en la mirada de la obra. Dice Annie Leibovitz: “No tengo dos vidas; tengo una sola. Las fotos personales y las de encargo profesional son las mismas”. “Cuanto más conoces a alguien, más íntimo se vuelve el trabajo y, por tanto, mejor”. Comparte esa necesidad de conocer e introducirse en la vida del personaje –que no es necesariamente identificación- con Diane Arbus, cuya biografía es doble, la suya y la incorporada de sus personajes porque seguía sus vidas; por tanto, contaminación doble. Que puede ser un ancla que reduzca el vuelo propio de la obra: "No sabía que era judía cuando era una cría. ¡No sabía que era desafortunado serlo! Como me crié en una ciudad judía y en una familia judía, y como mi padre era un judío rico y yo iba a un colegio judío, adquirí un firme sentido de irrealidad. Lo único que sentía era mi sensación de irrealidad" Si nos atenemos a esta declaración de Arbus en la mirada de su obra, confundiríamos ésta con su vida y perdería su indudable autonomía, condición básica del arte.
Etiquetas: Fotografía