29 de noviembre de 2006

Una verdad como un templo

La mejor presentación de Gengis Kant es su propio nombre, conquistador de razones a las que deja crecer la hierba y a cuyo paso quedan ampliadas y ondeantes para viajeros sucesivos y conquistas equivalentes. Inicia hoy su colaboración con un texto sobre lectura y verdad, contradictoria y a veces esquiva relación. Espero que enkantados queden.

~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ Ж ¥ Ж ¥ Ж ¥ Ж ¥ Ж ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~

(René Magritte, Decalcomanía 1966)

Durante mucho tiempo los hombres hemos buscado en los autores clásicos una vía privilegiada de acceso a la realidad. Ellos, creíamos, libres aún del lastre erudito, del empantanamiento en las tradiciones librescas, habían sido capaces de tener un contacto directo con la verdad de las cosas. Sin nada que los separase de la realidad, sin embarazosas mediaciones literarias, sin veladuras alejandrinas, habían gozado del privilegio de conocer la simple y pura verdad. ¡Experiencia privilegiada e irrepetible! Esa limpieza de la mirada, a solas con la realidad, apenas sería sentida por quienes, meros epígonos de aquellos, parecíamos condenados a no salir jamás del círculo de la palabra.

Peor aún: una frustración, siempre la misma, se producía incluso cuando, rara vez, creíamos haber encontrado una de esas obras, clásicas, tenidas por vírgenes, ajenas a toda la escoria erudita: también ahí abundaban las referencias a lo que otros habían dicho antes. La realidad se alejaba cada vez más. En su lugar, sólo aparecían palabras, siempre remitiendo a otras palabras. No importaba cuán lejos se retrocediera en el tiempo: nunca fue alcanzado el origen de toda esa cadena verbal; el lugar de la ansiada presa lo ocupaba siempre un sucedáneo, un texto.

Pero hace tiempo que lo que produjera tanta decepción llegó a ser asumido, cierto es que porque parecía algo irremediable, pero también porque una sospecha fue tomando cuerpo: acaso la realidad no era otra cosa que una de las máscaras con que se había disfrazado el dios cristiano cuando llegaron tiempos menos piadosos. Despojada de los ropones de un dogma anecdótico y narrativo, la divinidad iba a ser concebida ahora, en términos más abstractos e impersonales, más científicos, como la verdad. La verdad también era, a su modo, un concepto teológico, y la búsqueda de la realidad, la mística de los agnósticos.

(Escrito por Gengis Kant)

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27 de noviembre de 2006

Suicídate

(Chris Buck, 'Richard Leacock', American Photography 1999)

Anteayer se celebró el Día contra la Violencia de Género. El lema de la manifestación contra la "violencia machista" (título de la convocatoria oficial) fue "Suicídate antes de matarla". Se lució en la pancarta de cabecera. Dejando aparte la tipificación penal de la inducción al suicidio, que eso parece hoy un melindre de reglamentista, destaca el muy distinto valor de la vida según cual sea su titular y su amenaza. Se argumenta como ultima ratio del proceso de paz el valor absoluto del objetivo "salvar una sola vida" o “que no haya más víctimas”. El carnet por puntos y su función de agente del orden público descansa sobre el valor absoluto de la vida del conductor o pasajero (en menor medida del peatón) y su apropiación por el Estado. La ley anti-tabaco se impone por el valor supremo de la salud pública (que es la expropiación por el poder de la salud privada) El exceso de la reciente sentencia a De Juana Chaos –que prorroga la anterior- por dos artículos publicados se justifica por su condición de asesino múltiple y se agrava por ser terrorista. El valor de la vida del macho que es potencial agresor está supeditado al absoluto de su potencial y femenina víctima. A valor absoluto, medidas absolutas de protección y legitimación inapelable de ellas.

Émile Durkheim, fundador moderno de la sociología, explica el fenómeno del suicidio como el resultado de la falta de integración del individuo en la sociedad (El suicidio, 1897). El suicidio se convierte así en condición de la estabilidad social, definida a su vez por el conjunto de valores dominantes. El lema de la manifestación demuestra que el suicidio inducido –recomendado, en este caso- es una válvula de escape más de la sociedad que del individuo que lo practica. Y que su recomendación como sustituto de la pena de muerte legal se integra en la concepción científica de la sociología.

(Chris Buck, 'East River Pipe', American Photography 1997)

De la castración al suicidio como tratamiento prescrito, se quiere vencer al individuo, se pretende una victoria absoluta sobre él. Si consideramos el suicidio como afirmación máxima de la voluntad de vivir, con Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación), la petición de suicidio sería el robo de la voluntad del candidato a suicida por parte del poder: "Al destruir su cuerpo (el individuo) no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos y la afirmación de su cuerpo, pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida." Se le roba no sólo la voluntad sino su capacidad de liberarse de la misma. Esa emancipación de la voluntad como suprema liberación que debe alcanzar el individuo es un acto intransferible, no apropiable por la sociedad. Si la liberación del individuo es su negación última de la necesidad, desatada ésta en forma de deseo y cuya satisfacción es perseguida por la voluntad, ningún grupo social o moral puede expropiar la voluntad y su potencial superación por la inteligencia: " (…) la victoria más grande y trascendente que puede producir la tierra no es la del que vence al mundo, sino la del que se vence a sí mismo." (Schopenhauer, op. cit.)

La igualdad de derechos y penas ante la ley no se puede garantizar si no hay igualdad de valores (bienes) jurídicos en la cultura de la sociedad que los regula. Decía Rosa Solbes sobre la convocatoria de suicidios ajenos (El País, 25 nov. 2006): "Sin embargo, las víctimas no encuentran salida, y muchas sueñan desesperadamente con alejarse del foco que consume sus ya esquilmados recursos 'en un salto al vacío desde la altura, la anticipación de un final que aparece como liberador'" (la última frase entrecomillada es de un libro que presentará el día 29 Mujeres Progresistas). Mientras se negocia por parte del gobierno la falta definitiva de salida para unas víctimas del terrorismo en forma de archivo histórico, se promueve desde la claque de ese mismo gobierno el suicidio como salida moralmente debida para el agresor. Mientras repugna moralmente la pena de muerte en una sociedad democrática y civilizada, se sustituye la vergüenza que supondría su restauración por la invitación al aplíquesela usted mismo. A estados paralelos corresponde valores de hecho paralelos a la ley.

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24 de noviembre de 2006

Tarde de otoño


Leer ordenadamente un periódico estructurado y previsible proporciona mucho consuelo en estas tardes de vice invierno. Se empieza por el mundo, pensar en global y actuar en local, Canadá y su nación preventiva: “
Quebec es una nación, en el sentido sociológico, dentro de Canadá [resto ontológico], de forma que la solución es que los quebequeses sean una nación en un Canadá unido, no que Quebec sea una entidad legal” (El País, hoy), declara el candidato liberal y politólogo Stéphane Dion. El primer ministro y sus aliados liberales para la ocasión se adelantan con esta moción a la propuesta por el separatista Bloque Quebequés, de profesión ignorar referéndum. La política preventiva de males mayores es típica del pusilánime que quiere contentar al portero perdedor ya de dos juntas de vecinos, el cual basa el éxito del negocio prestado en prevenir la debilidad del casero. En este juego de prevenciones gana el espíritu del súbdito: “Canadá se asoma a su alma nacional”.

Juego que también es de provocaciones y provocados. En el apartado de externos del periódico, Félix Ovejero concluye su tesis sobre estos síndromes de Estocolmos, Barakaldos y
Vilfredos con certero diagnóstico “Al final, las razones del siervo acuden a la cita de los poderosos indignados”, habiendo aclarado previamente donde radica el poder hoy, en la chulería, y su yunque de fragua: la cerviz del amedrentado, antes Estados y gobiernos.

Recupera el periódico decano del poder el discurso sobre la raíz del problema, sobre el lugar del poder: la disciplina como mal, que es decir el orden ajeno como demonio propio. Se pregunta y responde Soledad Gallego-Díaz, a propósito de la creación de las
Unidades Militares de Emergencia, en sustitución de las unidades regionales de protección civil: “¿Qué hay de malo en ‘civilizar’ el Ejército? Nada, pero quizás lo que está sucediendo es que con ese cuento se termina por militarizar lo civil, lo que quizás es mucho menos conveniente. Sobre todo si se tiene en cuenta que la primera característica de lo militar es, sin discusión, la disciplina” Un contradictorio “sin discusión” demuestra que la disciplina bien entendida empieza por los demás. No es la disecada disciplina, Soledad, el blanco de la necesaria crítica, sino los nuevos artilugios que inventa un poder difuso en el tiempo de las comunidades autónomas e infuso en las circunstancias de las catástrofes. Es lo irreversible del poder transferido, lo imprevisible de la catástrofe y lo invisible de la intención de extender el dominio lo que hay que desmontar. Tampoco sirve ya el viejo resorte para lectores de cupón de ‘civilizar’ lo militar, caja de reclutas del biempensante progresista. Es precisamente la falta de disciplina que supone tener que sortear las competencias regionales en protección civil –divino tesoro- para recuperar las propias de un estado central como medio vergonzante de dominio. Un truco de porteros, de súbditos astutos que trasladan la sumisión al propietario de la finca porque está de vacaciones morales.

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21 de noviembre de 2006

Al rescate del agente de la Continental

Dicen las malas lenguas literarias que Hammett se inspiró en su mentor en la agencia Pinkerton para perfilar el personaje del agente de la Continental. El Sr. Verle no necesita de mentor que le inspire para su fina disección analítica y humana, que es parábola de dos náufragos: el detective y el crítico del arte (guerrilleros necesarios que producen sus terrenos pantanosos). Trabaja como espía de la estética por cuenta propia, sin agencia que le someta a canon ni más licencia de armas que su sensibilidad y razón. Consigue cosecha roja sin maldición alguna que ofrece con generosidad.

~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ Ж ¥ Ж ¥ Ж ¥ Ж ¥ Ж ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~

(para Crítico Constante)
El desarrollo de estas notas tuvo un origen algo inusual, casual más bien, ya que las coincidencias que las hicieron posibles fueron debidas al azar, o tal vez quién sabe, al azar y a la necesidad.

No es extraño combinar, en épocas más o menos ociosas, lecturas muy dispares. Unas propiamente de evasión, que no de victoria, y otras profesionales o afines que por su extensión o complejidad precisan para su asimilación periodos más dilatados de los que habitualmente se disponen diaria o semanalmente. Así, durante una lejana lectura de “Bajo el volcán” de Malcolm Lowry e independientemente de la insólita historia narrada, algunos ambientes descritos, seguramente los más sórdidos, trajeron inconscientemente el recuerdo de algunos incorrectos relatos, quizás “La herradura dorada” del alcohólico, como el cónsul, Dashiell Hammett leídos hace mucho tiempo.

La curiosidad de encontrar las conexiones que tangencialmente había detectado obligaba a su relectura en tiempos de vacación. Como igualmente estaba enfrascado por aquellos años en la interpretación de un tomo de ensayos de crítica tardomarxista de las artes, se produjo un enlace adicional que acabó poniendo en marcha estas reflexiones ahora rescatadas.

La relación de la literatura negra y de la crítica radical del arte, podría parecer no tener demasiado sentido. Sin embargo, a priori, la labor de un crítico es en cierta forma la de un detective, privado o no, que descubre mediante indicios, conjeturas y deducciones y pone de manifiesto el significado de una obra, su realidad. Pero así como, según sus métodos, la literatura negra diferencia a los detectives, y por ello a sus autores, tampoco todos los críticos utilizan el mismo sistema de análisis. Entra en ambos casos a formar parte de su metodología, la ideología que posean. Y es en ese punto donde pueden establecerse conexiones más objetivas entre un crítico que analizando las artes se pregunta qué sociedad, o mejor qué relaciones socio-económicas sustentan dichas manifestaciones artísticas y un escritor que mediante un subgénero, que prácticamente elabora de la nada, analiza y critica el modelo de sociedad que le ha tocado vivir. En ambos casos la labor detectivesca, formal o racionalmente, estará presente para una crítica política desde las raíces y por tanto radical.

Se trataría en Hammett de descubrir una culpabilidad social con unos mecanismos herméticos que actúan inexorablemente. La búsqueda de los resortes y de las bases que crean una estructura social ya es policíaca. La tarea del detective constituye en sí misma un modo de fabricar ficción que lo que se propone es desenmascarar las invenciones y falsedades de las ficciones de los demás. La ficción verdadera creada por el detective no es más plausible ni menos ambigua que la desvelada como falsas por él. Cuando una ficción comienza a revelarse como tal desaparece, permitiendo ver la realidad real que se oculta tras ella. Lo que se revela como realidad es a su vez actividad creativa. La tarea del crítico, como la del detective sería destruir, descomponer y privar de ficción la realidad aparente y construir a base de ella una ficción auténtica.

Por eso, desde el punto de vista del crítico artístico, ese escritor bien podría ser considerado, malgré soi, ‘el amigo americano’ que nos presta su juego (Hammett’s game) para permitirnos desentrañar la realidad y sus mixtificaciones, permitiendo combatir la ininteligibilidad del mundo desde un punto de vista ético. Y así lo hemos practicado en algunas ocasiones.

© Sr. Verle

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18 de noviembre de 2006

Periodismo salomónico (y II)


La columna periodística participa de tres cualidades, repetición del mensaje, cadencia y apariencia de variedad para ocultar las dos primeras. “La repetición es como la diferencia sin concepto.” (Deleuze, en su obra 'Diferencia y repetición', citado por Vicente Verdú en su columna “El proceso del proceso”, El País, 16 de noviembre de 2006) Ese poder diferenciarse de la masa sin la molestia de tener que dotarse de un concepto propio de sí (que, por otra parte, lo excluiría del nuevo tráfico) es la demanda que el lector fiel hace al periódico.

El rol actual de la columna en la prensa escrita es el de pilar retranqueado que destaca la fachada, con la doble condición de camuflaje y sustento del periódico. Es instrumento relevante del proceso de fijación de lectores y de influencia en la opinión pública (en la medida que se pueda hablar de ‘opinión pública’). La importancia del sentido moderno de proceso no es su objetivo sino su propia naturaleza movilizadora de lealtades, expuestas en forma de complicidad, y -a la vez- desmovilizadora de rebeliones. Objetivos como la paz –en el proceso de paz- o la creación de opinión pública –en el periodismo- no son más que señuelos de los verdaderos mecanismos de disciplina social: la adscripción del espectador al proceso a través de su secuencia repetitiva de mensajes. “Así Freud mostró cómo la práctica de la repetición se encuentra unida al principio del placer y de una manera especialmente voluptuosa en los deleites infantiles” (Vicente Verdú, artículo citado)

Los columnistas han pasado de ser adorno que esponjaba la densidad del periódico decimonónico –modelo vigente hasta finales de los 70- a portavoces del interés de la empresa editora a través de la opinión publicada. Requisito de su eficacia es que no lo parezcan y aquí aparecen la cadencia de publicación y la variedad simulada de opinión, evitando la adscripción inquebrantable a la idea prevista. Es el periodismo salomónico, la columna que se enreda en sus propias maniobras de distracción de la consigna, el cuerpo de guardia de la doctrina formado por los Millás, Rivas, Maruja Torres, Ramoneda, que permanece tan inamovible como sus servidumbres lo permitan. El triunfo del mensaje barroco, cuyo relato desata afinidades pero cuyo sentido oculto es difícil de desentrañar.

(Gotfried Helnwein, Self-portrait, 1984)
La estructura del periódico clásico que aspiraba a ser hegemónico –El País, en España- se fundaba en secciones, editoriales y artículos de colaboración, presentados con un orden constante que transmitiera sensación de estabilidad y pertenencia al lector. Editoriales y artículos eran el imprescindible pienso intelectual para un país necesitado de una cultura modernizadora. La transición política no se podía hacer sin una transición cultural y económica hacia nuevas oligarquías y mecanismos de distribución del poder que repusieran el orden público. La imagen cosmopolita la ha proporcionado el mantenimiento de la sección de internacional en primer lugar. Con la instalación de esos nuevos poderes a partir de los 80, pierde sentido el suministro intelectual a la población y emerge la necesidad de di-versión para aglutinar a los nuevos clientes, manteniéndolos dispersos pero idénticos. Entonces, la columna -como tradicional espuma de los días de la prensa- adquiere protagonismo en la transmisión de significado público. La columna ofrece al lector una información seleccionada –sesgada- con el estilo ligero y acomodaticio que requiere la posición múltiple del lector en la comunidad, su condición versátil de cliente. El columnista adscribe al lector de El País a las referencias culturales dominantes, que le hacen sentir partícipe de una minoría ilustrada y selecta. Es una oferta de posición de centralidad sin impresión de secta ni compromiso intelectual. De ahí la necesaria dosis de frivolidad –de “artefactualidad”, Derrida- propia de la columna respecto al artículo de fondo.

La columna juega entonces con la fuerza comunicativa de la imagen. Parafraseando a Derrida (‘Ecografías de la televisión’), los medios han adquirido una posición de centralidad que permite a su discurso impregnar las referencias en el espacio público, apareciendo lo que llama ‘artefactualidad’, una simbiosis de artificialidad, artefacto y actualidad.

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15 de noviembre de 2006

Periodismo dórico… (I)

(Gotfried Helnwein, 'Untitled' 1998, Berlín)

El artículo es el capitel del periódico que desvía la atención de las columnas -salomónicas o sectarias- que soportan la identidad del medio. No es un mero adorno ni timbre de estilo sino banderín de enganche y fidelidad de lectores y vehículo de difusión de la opinión del diario, más que de la de su autor.

La ventaja comparativa de la prensa respecto al resto de medios es el prestigio que la imagen de marca de sus articulistas infunde al lector y la sensación de pertenencia a una elite informada e influyente que éste tiene por ser habitual. La prensa queda como línea constante que recorre la opinión por encima de los escombros en que lo efímero convierte a las noticias. Si Ortega decía que "la filosofía es incompatible con las noticias", lo decía también como colaborador habitual de El Imparcial y El Sol. Luego la filosofía, como construcción no consumible por lo cotidiano, es compatible con el periodismo. La rápida muerte de las noticias –su lectura atrasada es la del moribundo- deja vía libre al periodismo de opinión armado por los articulistas. El afán del lector de un diario de prestigio por distinguirse de la muchedumbre lo fideliza al periódico que le ofrezca esa distinción, tanto honorífica en valores intelectuales como real de pertenencia al poder que tiene la opinión dominante. No es un fenómeno nuevo; continuando con Ortega: “la muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social: ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas: sólo hay coro.” Antes eran las "masas invisibles" de Canetti (Masa y poder’) que Freud había diseccionado en Psicología de las masas. Pero la plebe sigue sin detentar el poder. Los mecanismos para compartir (que no distribuir) el poder de la opinión siguen basándose en la simbiosis entre articulista marcado por su imagen de presentación en el periódico y lector cooptado y designado por el prestigio de esa imagen.

Frente a la supuesta dictadura de audiencias, share, cuotas de difusión y diarios gratuitos –artilugios sólo útiles para publicistas- es la opinión selecta la que fabrica poder a través del intercambio de prestigio entre articulista y periódico. Ese efecto multiplicador garantiza la supervivencia de una prensa minoritaria ante la expansión de los medios de imagen y sonido.

La opinión participa de la época de marcas. Por encima de su contenido y por debajo de su eco privado o público, el mensaje es la imagen de marca atribuida al autor. El mensaje sólo es el medio en la medida en que éste se ha erigido en producto de lujo y modelo de consumo intelectual. Y el mensaje lo da el medio, no el opinador, preso en la cárcel de prestigio o infamia a la que sus títulos a pie de artículo le condenan. Encontrar la objetividad en esa maraña comercial de etiquetas, esa “descripción de los hechos con independencia de las convicciones” (Arcadi Espada), queda para analistas y sociólogos de llegada tardía a la ceremonia de celebración de los hechos, mientras el lector pasea por el periódico como por las tiendas de marcas, buscando su afinidad. Una afinidad a la que pide también historia como entretenimiento y tema como confirmación del pedigrí del autor, pero de cuyos hechos desnudos prescinde porque la objetividad anula la eficacia de la marca. Esa afinidad es la cohesión que hace eficaz el mecanismo de circulación de poder formado por medio, lector y círculos respectivos de difusión.

(Lee Miller, 'Nonconformist Chapel', Camden Town, London, 1940 © J. Paul Getty Trust)


Si “masa es todo aquel que no se valora a sí mismo por razones especiales” (Ortega), el lector de El País –como arquetipo de diario y lector selecto y seleccionado por la elite del periodismo- aspira diariamente a tener razones especiales en forma de articulistas prestigiosos de guardia para no sentirse masa. Por supuesto, ese prestigio no lo da el contenido del artículo ni la objetividad de los hechos analizados, sino que es función directa de la marca del autor que figura a pie de texto y de su constancia de publicación. Y la opinión pública como producto derivado depende de esas variables más que del supuesto dictamen imparcial del oráculo famoso en forma de articulista.

Es conocida la anécdota del debate interno que hubo en El País sobre el significado de la declaración “Diario independiente de la mañana”: se llegó a la única conclusión posible de que sólo era independiente… de la mañana. Ente abstracto pero puntual que otorgaba licencia para depender de o fabricar intereses afines.

El lector es mirón y, como máximo, supervisor de imágenes, dispuesto a abandonar cualquiera de sus marcas favoritas si no responde al placer esperado por su consumo. No pretende conocer la calidad de la moda ni mucho menos su proceso de fabricación, sino exhibirla y confortarse al comprarla. Por eso le causaría desazón un articulista sin etiqueta. Especialmente sin la etiqueta prevista. El control de calidad era antes la tarea del erudito, confinado en su biblioteca y sin más trascendencia que la académica, pero ejemplo para gentiles. La denominación de origen ahora atribuida al autor por su medio de exhibición es su mismo final.

El prestigio del periódico y del articulista es consolación del lector, por lo que si el autor quiere recuperar su discurso conviene que escriba sin títulos que lo acrediten (o desacrediten). O que se monte en la independencia de su propio blog, para que se le juzgue por sus obras y no por las pompas donde aparece. Hablar del columnista salomónico queda para una segunda entrega.

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13 de noviembre de 2006

¿Espacios de la lectura o lecturas del espacio? (III)

Con esta entrega termina la serie de reflexiones y análisis sobre ‘Espacios de la lectura o lecturas del espacio’ En la batalla dialéctica entre lugares y no-lugares queda la reflexión de Bachelard sobre el espacio: "La casa, más que el paisaje, es un estado de ánimo." Pero dejemos hablar al Sr. Verle, además de al viento, que son ustedes, los paseantes:

(
Françoise Schein)
Parte de los conceptos del texto de Heidegger “Construir, habitar, pensar” se han visto modificados con el desarrollo de la civilización capitalista como han puesto de manifiesto algunos tratadistas actuales, como el antropólogo francés Marc Augé y su estudio de los ‘no-lugares’. Considera que el ‘lugar’ es el espacio del que los hombres se han apropiado hace tiempo y por tanto donde se manifiestan relaciones entre naturaleza y cultura. Pero, en definitiva, siguiendo su discurso, el lugar entonces, estará siempre revestido de tiempo y por tanto de lenguaje. En el mundo contemporáneo, allá donde el uso del lenguaje sea mínimo o donde prevalezca la aceleración del tiempo, habrá, nos dice, un potencial ‘no lugar’ como escenario postmoderno. El no-lugar como espacio donde ninguna relación de identidad se expresa. ¿Será posible convertir los no-lugares en espacios también de la lectura? El no-lugar se definiría no como un espacio empíricamente identificable, sino como “el espacio creado por la mirada que lo toma por objeto”, por ello puede admitirse que el no-lugar de unos, podría ser lugar para otros. La oposición entre lugar y no-lugar nos ayuda a comprender que la frontera entre lo público y lo privado se ha desplazado e incluso, en muchas situaciones, ha desaparecido en la actualidad.


Espacio privado y espacio público que traducen de alguna manera la oposición espacio interior, el espacio fenomenológico del adentro, no homogéneo ni vacío, y espacio exterior, el espacio del afuera que habitamos, también heterogéneo, ya que no es más que, como aduce Michel Foucault, un conjunto de relaciones que determinan ‘ubicaciones’ fácilmente descriptibles. En su conferencia, publicada también en sus Obras Esenciales como “Los espacios diferentes”, nos explica de qué forma el concepto de ubicación, ligado al espacio, ha sustituido históricamente, al de extensión que a su vez sustituyó en su momento al de localización. El espacio contemporáneo se nos ofrece pues bajo la forma de ‘relaciones de ubicación’. Las ubicaciones más interesantes, en su análisis, son las que invierten, suspenden o neutralizan dicho conjunto de relaciones, es decir los espacios que contradicen las demás ubicaciones. Y serían de dos clases: las utopías y las heterotopías.

(Pedro Manuel Martínez Corada © 'Nueva York dorado')
Las utopías son lugares sin espacio real, espacios esencialmente irreales.
Las heterotopías serían espacios reales, pero reflejo y alusión de otros espacios distintos, una especie de contra-espacios, nos dice Foucault, espacios que están fuera de todos los espacios.

Estos otros espacios están relacionados entre sí porque entre utopía y heterotopía existe una experiencia especular. Frente al topoanálisis de Bachelard, plantea Foucault la heterotopología como descripción sistemática para la interpretación hermenéutica de esos otros espacios, de esos espacios diferentes. Lo que caracterizaría a las heterotopías en relación con los demás espacios de cualquier especie, es que “o erigen un espacio ilusorio que denuncia como ilusorio el espacio real... o erigen un espacio distinto, otro espacio real tan ordenado y perfecto como anárquico y desordenado es nuestro espacio real”.

Es esta última lectura la que nos interesa. Porque como cita Bachelard en su libro: “Cada uno debería hablar de sus encrucijadas... erigir el catastro de sus campiñas perdidas... y envueltos entre los tejidos del invierno, ... de todas las estaciones el invierno es la más vieja, parecernos que la nieve es más blanca...” Ya que, (con Henri Bosco), “Cuando el refugio es seguro la tempestad es buena”.

El espacio de la lectura corre el riesgo de desaparecer en la lectura del espacio. Los espacios de la lectura serían heterotopías del tiempo, y erigen un espacio ‘real’, ordenado y perfecto, alusión ideológica al contradictorio y anárquico espacio real contemporáneo. Como menciona al respecto Foucault: “El proyecto de organizar así una acumulación perpetua e indefinida del tiempo en un lugar que no cambia de sitio, es propio de nuestra modernidad”.

Nosotros hemos podido pensar el espacio, (y hemos constatado que la epistemología del espacio –el modo en que construye sus significados- se ha ido transformando), pero, ¿el espacio ha resultado real? ¿Hemos podido, entonces, establecer reales ‘Lecturas del Espacio’?.Pero quizás la cuestión seminal no esté aún formulada, y es Françoise Schein quién nos conduciría a la verdadera lectura que debe importarnos: “¿Qué se esconde en los espacios blancos entre las palabras,... allí donde tal vez se encuentren todos los sentidos posibles?"

© Sr. Verle

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12 de noviembre de 2006

¿Espacios de la lectura o lecturas del espacio? (II)

Siempre segundas partes fueron buenas si hay mucho que contar. Si, encima, lo dice el Sr. Verle “en el silencio estrellado” y va directo “al paladar del espíritu”, como le sugirió a Unamuno la lectura del poema “Gravitations’, de Jules Supervielle, ya la cosa es de nota, reconocerán ustedes. Pasen a esta segunda entrega de las entrañas del pensamiento, abiertas en “el aroma de la noche”:
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(Eduardo Chillida, "S/T“, Gravitacion, 1997)

“...poéticamente, habita el hombre...”.

Entonces no debe resultarnos extraño que, desde la fenomenología, Gaston Bachelard titulase su famoso ensayo como La poética del espacio. En él, aunque plantea la dialéctica de ‘lo de dentro’ y de ‘lo de fuera’, insiste preferentemente en las calidades y percepciones del espacio interior. Intertextualmente entresacaremos algunos párrafos que permitirán articular una porción de nuestro espacio de lectura.

Escribe Bachelard: “...Si de un espacio se hace un poema no es raro que las más intensas contradicciones vengan a despertarnos de nuestros sueños conceptuales y a liberarnos de nuestras geometrías utilitarias...
...‘Dentro’ y ‘fuera’ constituyen una dialéctica de descuartizamiento y la geometría evidente de dicha dialéctica nos ciega en cuanto la aplicamos a terrenos metafóricos. Tiene la claridad afilada de la dialéctica del sí y del no que lo decide todo. Se hace de ella, sin que nos demos cuenta, una base de imágenes que dominan todos los pensamientos de lo positivo y de lo negativo... La metafísica más profunda se ha enraizado así en una geometría implícita, en una geometría que espacializa el pensamiento. Lo abierto y lo cerrado son pensamientos, son metáforas...
...El espacio captado por la imaginación no puede seguir siendo el espacio indiferente entregado a la medida y a la reflexión del geómetra. Es vivido. Y es vivido, no en su positividad, sino con todas las parcialidades de la imaginación...
...Gracias al espacio, un gran número nuestros recuerdos tienen albergue...
...Para el conocimiento de la intimidad, más urgente que la determinación de las fechas es la localización de nuestra intimidad en los espacios...
...Y todos los espacios de nuestras soledades pasadas, son en nosotros imborrables...
...En sus mil alvéolos, el espacio conserva tiempo comprimido. El espacio sirve para eso.”

('Instalación' inspirada en la frase "La miniatura es uno de los refugios de la grandeza, de Gaston Bachelard)


Se trataría, en suma, de que al describir un espacio poblado de calidades, el espacio de nuestras percepciones primarias, el de nuestros sueños, el de nuestras pasiones..., no se estaría refiriendo más que, como explica Foucault, a un espacio leve, etéreo, transparente y también, oscuro y atestado. Espacio de alturas y de simas que en definitiva constituye exclusivamente el espacio interior. Un espacio interior, frente a un espacio exterior, por ejemplo, cuya atención fue tan intensa en Henri Michaux, que “estallaba por todos sus poros”. Sus experiencias psicotrópicas intentaban buscar fuera de los límites de la mente humana y su sensibilidad y ampliar su ‘espacio interior’, que no en vano fue la denominación de una de sus antologías. Bachelard recoge un fragmento de su poema en prosa, “El espacio en las sombras”. Michaux escribe tras ese sugerente título: "El espacio, pero no pueden ustedes concebir ese horrible adentro-afuera que es el verdadero espacio”. Una yuxtaposición entre claustrofobia y agorafobia que también pone de manifiesto Jules Supervielle, cuando escribe en su libro Gravitations”: “El exceso de espacio nos asfixia mucho más que su escasez”.

No es casual que algunas de las últimas investigaciones sobre el espacio de Chillida en formato papel, reciban el nombre de Gravitaciones. En Chillida, el ‘espacio interior’ es el espacio prohibido, no se trata de una entidad metafísica, como escribe Octavio Paz, sino de una propiedad sensible. “El espacio interior es la energía cautiva de cada forma”.

(Eduardo Chillida,
'Elogio del hierro')
El universo está hecho de formas. Cada forma, según René Thom, es un equilibrio momentáneo, una estructura estable solamente en apariencia y ya dirigida hacia otra forma. Las formas intentan colonizar el espacio, el triunfo del espacio residiría, según Paz, en la anulación de las formas. En relación siempre con el universo de Chillida, nos propone O. Paz reflexionar sobre sugestiones que han ido surgiendo ya a lo largo de nuestra lectura, en efecto: “La aprehensión del espacio es instintiva, es una experiencia corporal: antes de pensarla y definirla, la sentimos. El espacio no se encuentra fuera de nosotros, es eso donde somos. El espacio es un donde. Nos rodea y nos sostiene, somos el límite de lo que nos limita. Somos el espacio donde nos encontramos. Y sin embargo estamos separados: el espacio es lo que se sitúa al otro lado, el límite, la frontera donde comienza lo otro. Contradicción más sensible que mental: el espacio no es pensable, es táctil”.

El ‘aroma’ de Heidegger se deja sentir en toda interpretación de la obra chillidiana, así como en su propio pensamiento.

© Sr. Verle

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10 de noviembre de 2006

¿Espacios de la lectura o lecturas del espacio? (I)

Inicia hoy su andadura en este blog el Sr. Verle, con una serie de tres capítulos sobre espacios y lecturas que es una propuesta de ampliación de la realidad. ¡Cómo no acogerse a tan generosa oferta suscribiendo unas acciones preferentes de atención, análisis y disensión si se tercia! Salir de estrecheces es siempre de agradecer, tanto más si ensancha nuestra hacienda mental. Da pistas claras para no perderse en tan sugerente geometría, formada por senderos de intriga cuyo recorrido no se enreda en ningún laberinto, sino en alegre excursión. Se verá como esta gente amante de la estructura le da forma curiosa y responde a una función, la de enseñar deleitando. Pasen y vean, en fila india o a tropel, que todos caben en esta serie-río:

Así como todo lo real es pensable, ¿todo lo pensable es real?, desde luego no todo lo pensado lo es. Pensamos el espacio, ¿podremos explicarnos qué es el espacio? ¿Podremos, entonces, plantearnos lecturas del espacio?

A partir de esa idea generatriz hicimos una contribución desde determinadas coordenadas, que esperamos aporte unas líneas no tangentes en algunos puntos, sino paralelas (intersecables por tanto en el infinito y delineando, según Heidegger, en tal intersección el perfil que subraya su afinidad esencial) a las presentadas en otros posts adyacentes, ‘espacios’ también para la lectura. Una lectura que ya está teniendo indefectiblemente lugar, por lo que de acuerdo con el sentido común, estaría ocupando un espacio, creando incluso su propio espacio.

Si el espacio fuese donde las cosas están y la materia de lo que están hechas las cosas, el tiempo sería en donde ocurren sus cambios. Expresado de esta manera el tiempo tendría una componente claramente espacial. En realidad es lo contrario, en la teoría física de la relatividad restringida, el tiempo era otra dimensión del espacio. Incluso en la física de ‘campos’, derivada de la teoría de la relatividad general, no sólo se confunden en un concepto espacio y tiempo, sino que se diluye la frontera entre espacio-tiempo y materia.

Algo similar nos expresa la intuición del escultor Eduardo Chillida (que ha llegado incluso a proponer en su proyecto de montaña excavada en Tindaya una ‘escultura’ sin materia) cuando escribe: “El diálogo limpio y neto que se produce entre la materia y el espacio, la maravilla de ese diálogo en el límite, creo que, en una parte importante, se debe a que el espacio, o es una materia muy rápida, o bien la materia es un espacio muy lento. ¿No será el límite una frontera, no sólo entre densidades sino también entre velocidades?”. Además, igualmente en su opúsculo Preguntas”, nos dice: “Desde el espacio con su hermano el tiempo, bajo la gravedad insistente, sintiendo la materia como un espacio más lento, me pregunto con asombro sobre lo que no sé”.

(Intervención de Chillida en la montaña Tindaya, Lanzarote: La cámara central bajo la luz de la luna)

Pero por otra parte, el espacio ha sido siempre objeto y sujeto de la arquitectura. Un contenedor que modifica el espacio donde se inserta, pero que también aprehende una parte de ese espacio, lo hace suyo y lo constituye en habitable.

Para percibir y comprender ese espacio, debemos conducir al habitar a la plenitud de su esencia y esto se lleva a cabo, de acuerdo con Heidegger, construyendo desde el habitar y pensando para el habitar. En “Construir, habitar, pensar”, Heidegger, consciente de que el lenguaje es en realidad señor del hombre y no el hombre el dueño y forjador del lenguaje”, diserta sobre la interpretación de esos términos léxicos, en alemán construir y habitar tienen la misma raíz y de ahí su interdependencia. Pero pone de manifiesto que no todas las construcciones son moradas, ya que el hombre podría ser albergado en ellas pero no las habitaría, no tendría un alojamiento habitable en ellas. Construir, para él, tiene al habitar como meta, no sólo es medio para el habitar, nos dice que el construir es en sí mismo el habitar, aclarándonos que el habitar lo concibe como la manera según la cual el hombre es en la tierra.

Despliega el construir como habitar, en el construir que cuida o cultiva y en el construir que erige o edifica, y en la búsqueda de la esencia del habitar no tiene más remedio que encontrarse con el espacio. Para él, los espacios reciben su esencia desde los lugares. Sólo aquello que en sí mismo es un lugar puede abrir un espacio. Las cosas que son lugares otorgan espacios. Un espacio es algo a lo que se ha franqueado espacio, algo dentro de una frontera, un límite. Escribe: “Espacio es esencialmente aquello a lo que se ha hecho espacio, lo que se ha dejado entrar en sus fronteras”. Y la frontera es “aquello a partir de donde algo comienza a ser lo que es”. El espacio hecho espacio implica distancia (espacio intermedio) e implica extensión (dimensiones).

Concluye Heidegger diciendo que “la esencia del construir es el erigir lugares por medio del ensamblamiento de sus espacios”. Ya que el construir, porque instala lugares, es un instituir de espacios y los espacios se abren por el hecho de que se les deja entrar en el habitar de los hombres. La esencia del construir sería el dejar habitar. “Sólo si somos capaces de habitar podemos construir”. El hombre tiene primero que aprender a habitar.¿De qué manera? En otro conocido artículo hace Heidegger uso de un verso de un poema de Hölderlin: “...poéticamente, habita el hombre...”.

© Sr. Verle

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8 de noviembre de 2006

Gobierno, incertidumbre y riesgos.


Cambio climático y terrorismo internacional ocupan la agenda política de los gobiernos. Esas amenazas, de origen natural o humano, implican su doma y, con ésta, el dominio que consigue el domador. La reducción de la incertidumbre ha sido siempre la adaptación de la especie al medio para su supervivencia. Y la gestión de esa incertidumbre, la clave del dominio. Pero la novedad, en época de superpoblación como la actual, es el rechazo del riesgo o, mejor, el traslado del riesgo a las poblaciones menos preparadas tecnológicamente para sobrevivir, al antes llamado tercer mundo. La tribu siempre ha pagado a los dioses un tributo en forma de sacrificios humanos para aplacar su cólera (la incertidumbre), por propia mano o en forma de guerras. Aún se hace en alguna tribu africana (ej., Mali), a la que calificamos de bárbara para ocultar nuestra barbarie.

Encerrar esa amenaza en límites soportables al ser humano era tarea del hechicero y en fronteras ciertas y previsibles, labor del gobernante. Por eso lo importante es la sensación (consumo) de seguridad y bienestar por encima de la seguridad y bienestar reales. Y evitar cualquier riesgo, sea en forma de responsabilidad o de rebelión, personales o colectivas. Hoy no se admite la responsabilidad personal (ante un examen o en una empresa) ni colectiva (administrativa o en un claustro) Cuando se transfiere una competencia de un nivel superior del Estado a otro inferior (Comunidad Autónoma), la responsabilidad se queda en el origen, el cual, al carecer ya de ella y tender además a la extinción, no puede responder. No se exige responsabilidad al nuevo titular, la Comunidad Autónoma, porque sería como exigírnosla a nosotros mismos, por cercanía al gestor y necesidad de integrarnos en la nueva tribu. Cuanto más lejos la responsabilidad –que es una amenaza a la sensación de seguridad- y cuanto más cerca la competencia que nos haga sentir seguros y acomodados, mejor.

(Morris, Robert – Box for Standing In – 1961)


El rechazo del riesgo como demanda ciudadana se corresponde con la falta de responsabilidad como pauta del gobierno moderno. Las necesidades básicas cambian y la seguridad –junto al bienestar- es una de ellas. Hace ya tiempo que vemos en los telediarios a las familias de militares destinados en Afganistán y Líbano pedir a sus gobernantes que alejen a los suyos de lugares de riesgo. Hoy ningún militar o policía consideraría incluido en el sueldo el riesgo de morir en atentado. Hasta hace relativamente poco sí, luego se trata de cambios recientes que conviene analizar si se quiere denunciar el totalitarismo que encierran. El mismo proceso de paz vive de esta ilusión. Proliferan los deportes de riesgo pero se exige su práctica con seguridad. A las etéreas garantías jurídicas han sucedido las garantías que se exigen a los electrodomésticos y las pólizas de seguros. Frente a esta tendencia, quienes reivindican el riesgo como conducta honorable de la comunidad -la disposición al sacrificio personal a cambio de la cohesión social basada en unas normas pactadas-, tendrán que convencer mucho para no ser pasto del tiempo.

Porque reclamar la potestad y la autoridad como principios legitimadores de la acción de gobierno, cuando hace tiempo que fueron transferidas al desván de lo inútil, es ignorar los nuevos imperativos de la política. Potestad y autoridad eran valores en la organización social, sentidos ahora como molestas e inútiles obligaciones por la población y sustituidos por bienes tangibles y de consumo inmediato como la demanda inducida de paz, seguridad y bienestar (por intangibles que parezcan).

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5 de noviembre de 2006

Fotografía y Diane Arbus.

(Diane Arbus, hermanas mongólicas)

Un debate suscitado en el blog de Arcadi Espada por Crítico constante y Madrigalejos a propósito de pintura y fotografía, Velázquez y Diane Arbus, es una buena excusa para volver sobre la fotografía de Arbus, con la que empecé este blog. Bernard Plossu (Premio Nacional de fotografía de Francia) dice: “Lo peor que se puede decir de una fotografía es que se parece a una pintura, porque son cosas distintas”. No, son técnicas distintas de creación artística que producen miradas del autor y percepciones del espectador distintas, pero son procesos paralelos que comparten la secuencia común representación / creación (mirada del autor) – experiencia compuesta de impresión y reflexión por parte del espectador. En ese debate quedó dicho lo suficiente sobre la mirada libre y liberadora de artistas tan aparentemente dispares como Velázquez y Arbus como para desmentir al magnífico fotógrafo que es Plossu.

Volviendo a Arbus, dice: "Quiero fotografiar lo que es maligno" (en donde ‘maligno’ se refiere a oscuro y marginado, según mi interpretación, puede que piadosa). “No buscaba lo monstruoso en lo humano” (Crítico constante) ni exploraba las claves secretas de lo maligno, a pesar de su frase anterior. Es justo lo contrario, una cualidad suya –que comparte con Velázquez- es su humanización de lo ‘monstruoso’ y todo lo que retrata... porque no cree que sea monstruoso. El humanismo como una de las señas de identidad del arte. Esa humanización es elevación de lo subterráneo, de lo oculto, en el sentido de recuperación de la condición autónoma del ser humano respecto de la naturaleza y del hombre como medida de la relación con ésta. La naturaleza, definida en su trabajo por el defecto físico o psíquico, y lo ‘monstruoso’ atribuido por la comunidad al deforme. Contra la fatalidad de esas asignaciones se rebela Arbus y en su lucha contra esa condena hay un tercer rasgo de humanismo.

“Sentía una gran ternura por sus retratados, los buscaba una y otra vez para seguir relacionándose con ellos.” (Crítico) Aquí hay una doble llave para interpretar la obra de Arbus: compasión y biografía. Ella sentía ternura por sus retratados pero su fotografía no era compasiva; sí entrañable, en cuanto identificada con sus personajes, metida en ellos. No hay compasión precisamente por su empeño en humanizarlos, en despojarlos de sus condiciones reductoras para ofrecérnoslos limpios de accidentes sociales y plenos en su condición humana (que incluye el defecto).

No es compasión porque no es condescendencia y no es ésta porque la sensibilidad de Arbus no es tan simple, sino que es la propia de un creador honesto, la que respeta el objeto fotografiado para transformarlo en creación libre e impresión limpia –de nuevo coincide en la transmisión con Velázquez-, dejando a su vez libertad al espectador para sentir e interpretar. Sí es caridad, la cual –en tanto que “amor al prójimo” (Madrigalejos) y, por tanto, oferta de compartirlo- no condesciende (sólo desciende la limosna; si lo hace el sentimiento, queda abierto a ser igualado al poder compartirse).

Al contrario que buena parte del arte contemporáneo, que en su obsesión por hacer partícipe al espectador del proceso de creación limita doblemente su capacidad de percepción: por reducir el acto creador a una asamblea inexistente y por ofrecérselo interpretado. Al espectador sólo le queda aplaudir bobamente o usarlo para decorar su salón.

Las fotos de Arbus sobrecogen por humanas. Por humanización del repudiado, contrario a cualquier misticismo o idealización. El ser defectuoso es repudiado por la sociedad, no por la comunidad más primitiva, que lo integra en su utilidad o lo sacrifica. La libertad que transmite Velázquez para sentir sus obras es equivalente a la liberación del hermetismo propio de los personajes y mundos que consigue la Arbus con sus retratos de freaks. "Quiero fotografiar lo que es maligno", recuerda Arbus. Y retratar lo divino, Velázquez. Ambos los han desprovisto de trascendencia. En ambos la mirada es limpia, sin idealización.

La aristocracia de lo humano está radicalmente presente en la obra de los dos: "Adoro a los freaks. Las personas suelen obsesionarse con que les pase algo traumático. Los "freaks" ya han pasado por algo traumático. Son aristócratas" (Arbus).

Un último elemento de la discusión es la importancia de la biografía del autor en la interpretación de la obra. Creo que conviene prescindir de la biografía (algo así decía Madrigalejos) en la mirada de la obra. Dice Annie Leibovitz: “No tengo dos vidas; tengo una sola. Las fotos personales y las de encargo profesional son las mismas”. “Cuanto más conoces a alguien, más íntimo se vuelve el trabajo y, por tanto, mejor”. Comparte esa necesidad de conocer e introducirse en la vida del personaje –que no es necesariamente identificación- con Diane Arbus, cuya biografía es doble, la suya y la incorporada de sus personajes porque seguía sus vidas; por tanto, contaminación doble. Que puede ser un ancla que reduzca el vuelo propio de la obra: "No sabía que era judía cuando era una cría. ¡No sabía que era desafortunado serlo! Como me crié en una ciudad judía y en una familia judía, y como mi padre era un judío rico y yo iba a un colegio judío, adquirí un firme sentido de irrealidad. Lo único que sentía era mi sensación de irrealidad" Si nos atenemos a esta declaración de Arbus en la mirada de su obra, confundiríamos ésta con su vida y perdería su indudable autonomía, condición básica del arte.

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3 de noviembre de 2006

Siguiendo el destino


Hay muchas maneras de celebrar lo que significa el éxito de Ciutadans, digamos que un revulsivo de razón en la uniforme estepa que habitamos. Una de ellas, de las más gratas, es el siguiente cuento, colaboración especial de 'El Xiquet de Columbretes'. Procedente de El Quício de la Mancebía).

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Sé lo que es sentir la emoción en el estreno de mi adolescencia al descubrir la fuerza que propaga la mujer cuando todavía es una niña. Penetrar en lo más buscado y profundo del sexo antípoda, cuando aún no había cumplido la edad responsable, y degustarlo, recreándome en los gestos y muecas; placenteros rostros brillantes y flexibles. Huir de la realidad más cercana y aventurarme, solo y haciendo dedo, a descubrir a las mujeres de una Europa enfrentada que, en su coto caliente, exponía una hilera de satélites que ignoraba y tenía prohibido pisar.

Soñé con un amor en Paris; reflotar mis sentidos con unos pechos generosos sobre la calmada agua veneciana; encontrar la mirada cautivadora de alguna joven entusiasmada con mis atributos, en las calas nudistas yugoslavas; bailar seducido en Viena; formar parte de un triple corazón en Hamburgo; ... ¡Fueron tantas cosas que nunca se hicieron realidad...!

Sin embargo, el futuro, para compensarme, me tenía preparado otras vivencias agradables como: encontrarme rodeado de finlandesas en mi propia tienda de campaña, dispuestas a todo, cuando yo sólo pretendía resguardarlas de una tormenta; despertarme boquiabierto a media noche sobre el césped de la "Plaza dei Mirácoli", en Pisa, abrazado por una atrevida y apetitosa italiana; mimar, disimulando, unas espectaculares piernas, aunque velludas, bajo una mantelería de fiesta en las frías montañas turcas; o demostrar que era bueno intimando con un cuerpo dulce, peligrosamente tierno, en las arenas cálidas del mar Negro.

Está claro que lo anhelado nunca se cumple; por el contrario, siempre acabas haciendo lo que no te planteas. Así aprendí lo que es la vida. No conviene, pues, hacerse proyectos de futuro; hay que dejarse llevar por los acontecimientos y saber esperar, seguro de que siempre llega algo insospechado, tu ocasión. Y eso se llama destino.

Ha pasado el tiempo y sigo en mis trece: las mujeres. La edad perdona ya pocos excesos, y sin embargo, necesito de ellos como un chiquillo. Demando una locura de amor ¡ya¡, satisfacer mis envejecidos sentimientos, de forma que espero que me suceda algo bueno en cualquier momento. No debo de inquietarme buscándolo. El camino es la abstención. Ya vendrá por sí sólo. Tengo que relegar mis necesidades y saber esperar con la mente limpia, casi en blanco.

Los días trascurren aburridos y me niego a pensar en mi esperado deseo. Hoy, el tiempo es frío y ventoso, no debería de haber salido de casa, pero lo he hecho e inesperadamente una racha violenta me obliga a refugiarme en una bar próximo. Mientras tomo algo caliente se me acerca una muchacha dispuesta a conversar. Tiene cara, y es bonita, y también cuerpo, cuerpo despejado, de moda joven, que mostrándose hasta los límites de lo oculto, que es poco, se encarga de recordarme los sueños que arrastro y no quiero soñar. Y me dejo llevar por el momento y hablamos de nuestras cosas tan dispares, de nuestros mundos tan desiguales, de nuestras experiencias tan distantes...

Luego, en mi casa, mágicamente, sin trueque, se manifiesta el esfuerzo de los corazones por hacer temblar los cuerpos y... lo consiguen.

Me despierto sosegado, con una pasión saturada de juventud que está a mi lado y la miro, y me mira. Y mostrándome sonriendo, el preservativo consumido y anudado, como bolsa de brillantes; confiesa su niñez y me demanda dinero y más dinero, bajo la amenaza de la denuncia.

Mi experiencia se ha demostrado inútil para evitar verme engañado, asustado y más pobre. Y todo por culpa del ADN. En mis tiempos estas cosas no sucedían. ¡Maldito destino! Ya no es como el de antes.

(El Xiquet de Columbretes (2006). Todos los derechos reservados)

1 de noviembre de 2006

Razón y emoción política.

La emoción política es lícita y ética. Además, puede ser estética. Hoy es el día para que esas tres cualidades se reúnan en la emoción de ver concurrir a Ciutadans a las elecciones autonómicas, con independencia de su resultado. Un año de trabajo, el esfuerzo, convicciones y dudas de unos pocos miles de personas y el objetivo compartido de contribuir a recuperar un espacio común de libertad y dignidad, son materiales más que suficientes para desearles éxito y sentirse cómplices de su aventura.

Al final el ciudadano se libra del marketing electoral y se queda a solas con su conciencia y su deambular público ante el voto a opciones políticas que no le despiertan excesivo entusiasmo ni confianza. Duda razonablemente si votar a un partido nuevo cuyas posibilidades de obtener representación parlamentaria son inciertas y cuya influencia política será forzosamente limitada. Hay una razón última para seguir apoyándoles, más unida al sentido ético de ciudadano que al juego político conocido: para perder la vergüenza que otros te hacen sentir por disentir. Para sentirse libre y no tener que dar explicaciones al vecino por ser de derechas o de izquierdas. Para sentirse libre a la hora de participar en lo público sin tener que disfrazar orígenes bastardos u opiniones no homologables.

Para poder hablar libremente. Hablar sin sentirse amedrentado o marginado por la opinión hegemónica o institucional. Para poder estirar el alma como si de piernas se tratara, encogidas hasta ahora por la construcción de una nación que se empeña en hacerse contra su origen, cuerpo y costumbre, que también es España. Sentirse ancho de alma es pensar libremente, sin excusas vergonzantes ni obligaciones sumisas de cautivo.

El origen de Ciutadans fue una reacción política pero sobre todo vital, no a los excesos del nacionalismo sino al nacionalismo como exceso o, más bien, como defecto reductor de la ciudadanía. Fue un origen sano que tenía que girar hacia propuestas positivas si quería resultar creíble y útil como proyecto político. Ahí está el ideario y el programa electoral como compromiso de un grupo de personas hacia sus conciudadanos. No está la experiencia de gestión porque somos nuevos. Pero sí está la propuesta de compartir la experiencia de libertad personal que cada uno de nosotros tenemos y que sentimos como necesidad vital cuando nos la quitan. La complicidad que surge entre sujetos políticos cuando han sentido sueltos la falta de libertad en forma de conculcación de sus derechos ciudadanos.

Ese territorio común de libertad de pensamiento, palabra y obra es lo que ofrece Ciutadans a cuantos quieran compartirlo. Para que los ciudadanos no adscritos al proyecto nacional de expropiación de almas no tengan que seguir escondiéndose por las esquinas de la marginación.

Hoy, más que analizar la oferta política de Ciutadans, sus expectativas de voto y su estrategia a partir de mañana, recordemos la esencia de su mensaje: la recuperación del espacio público y de un sentido cívico de la convivencia con la libre e igual participación de todos. Como decía la Enmienda 6.1, “Las lenguas propias de los catalanes son el catalán y el castellano”. Y, con ellas, sus gentes, sus culturas y –especialmente- sus mezclas.