4 de septiembre de 2008

La vida de los muertos

(*) Estaremos de acuerdo (probablemente) en que la muerte es el momento más íntimo de la vida, el más solitario. Como todo extremo lo presumimos, más que lo asumimos, ya que somos inexpertos en el asunto, por lo que sólo podemos hablar de ello, especular, argüir en el reflejo de los que han muerto. La prueba es que no ha quedado ninguno para contarlo. El progreso, la civilización, la evolución humana, se caracteriza por una paradoja: la curiosa y simultánea extensión de vida y soledad. Occidente, el mundo desarrollado, reserva la soledad como signo distintivo e invasor de la vida, mientras que las comunidades más primitivas, menos desarrolladas o con otras formas de civilización –tómese la denominación más piadosa que se prefiera- sólo permiten la soledad en su momento más propio, la muerte.

1. La muerte escondida, colectiva, prevista: Lalibela, provincia de Wollo, Etiopía. Hasta once iglesias cristianas fueron construidas en el siglo XII por los ahmaras excavadas en la roca, hacia abajo en la montaña, de modo que hay que andar con cuidado para no caer en abismos de hasta 30 metros y tres pisos de profundidad. El motivo de esta construcción inversa no fue un sueño geométrico del rey San Lalibela ni un símbolo religioso, sino ocultarlas de los invasores musulmanes de la época. Hay una imagen descarnada, contada por Kapuscinski, literaria, sin foto que pueda hacerle sombra. Las visita a mediados de los 70, en medio de una de las hambrunas que asolan el país y el África subsahariana periódicamente: “una veintena de metros por debajo del lugar en que nos encontrábamos, una muchedumbre de mendigos lisiados formaba un enjambre humano en la explanada y las escaleras de la iglesia (...) Aquella gente de abajo, entrelazada por sus extremidades lisiadas, por sus zancos y muñones, estaba apiñada de tal manera que formaba un solo cuerpo moviéndose y arrastrándose y aquel cuerpo abría sus bocas y las dirigía hacia arriba esperando a que se les arrojase algo. Y a medida que avanzábamos de una iglesia a otra, allá abajo, se arrastraba tras nosotros aquel ser enmarañado, gemidor y agonizante, del cual a cada momento se desprendía algún miembro, ya inmóvil y abandonado por el resto” (Kapuscinski, Ébano).

Condenados a morir de hambre en masa, su último momento será, sin embargo, en solitario. No hay muerte en masa que no sea por sorpresa.

2. La muerte festiva: Famadihana (Hermandad) es el rito funerario de exhumación de los muertos para rendir culto a los dioses y festejarse los vivos, que aún hoy celebran muchos pueblos malgaches, mayoritariamente católicos por cierto, no animistas. Curiosamente se encuentra muy extendida y activa esta costumbre entre la etnia dominante y más rica, los merina de las tierras altas y centrales del país. Sacan a los muertos de sus tumbas entre julio y septiembre de cada año, con frecuencia anual impar -con un intervalo mínimo de 5- y variable en proporción a la riqueza de la familia que festeja a sus ancestros. La importancia de la riqueza se demuestra también en los países europeos, cuyas direcciones generales de trágico tráfico airean cadáveres cada fin de semana, pero con melodrama cursi, sin festejo ni hermandad.

La ceremonia comienza con la apertura de la tumba para extraer, con preferencia, los cadáveres más exquisitos, los antiguos, situados siempre en el nicho superior y que son los mejores embajadores con los ancestros y -a través de ellos- con los dioses (o con Dios en el caso de los católicos). Uno a uno sacan los cuerpos del panteón, organizado con columnas y arcos interiores y decorados con los colores básicos azul, rojo y amarillo, para envolverlos en nuevos e inmaculados sudarios blancos que son marcados con los nombres de los muertos. Agrupan los cadáveres en lotes o sueltos. A continuación sucede un momento de silencio en el que los miembros de la familia acogen los restos de sus allegados en su regazo, llorando pero felices al mismo tiempo. Para los lugareños, el aire se carga de emoción. La exhumación la hacen los hombres y se excluye a los extranjeros, los vazaha, porque su olor artificial puede neutralizar el efecto de los perfumes locales que usan los nativos para protegerse de la descomposición. Las mujeres mayores esperan a la entrada, con el semblante digno y la paciencia cargada para bailar al fin de la fiesta, cuando devuelvan a los muertos a sus tumbas. Los hombres de mediana edad se van emborrachando a medida que avanza la celebración, que puede durar varios días, y bailan al compás de la música. Con alegría pero sin frenesí, porque al fin y al cabo no sucede nada extraordinario.

Se invita a comer, beber y bailar a todos los vecinos y aldeas próximas porque Famadihana es la mayor ocasión fraternal para la comunidad. En el descampado junto a las tumbas del homenaje se extienden unas mesas precarias con platos de arroz hervido, sopa de berzas, carne de cebú condimentada con especias, cervezas calientes de unos respetables 2/3 y el ron local y tóxico de 70º. Una banda de música, formada por instrumentos toscos de cuerda y percusión, varias voces ambulantes y un charlatán que cuenta historias tan manidas como celebradas, toca con ritmo monótono e insistente melodías festivas que suenan a carnaval. Las canciones versan sobre temas cotidianos y universales como el amor, la infidelidad, la cosecha, los sueños de los vecinos y todo aquello que sucede en comunidad, que es todo menos la muerte y el exilio, dos formas de lo mismo para la aldea. Al final y creciendo cada vez más el jolgorio cada familia entierra de nuevo a sus parientes, sobándolos con grandes palmadas de cariño y mayores risas por estar vivos.

3. La muerte protegida, expropiada de su soledad y responsabilidad, sin más indemnización que la fama y el espectáculo. Suicidio asistido: ¿Pero no habíamos quedado en que responsabilidad y soledad eran conquistas de libertad y progreso?

El caso Rémy Salvat: "Un joven no debería tener que matarse completamente solo para acortar su sufrimiento". Esta frase de la abogada de la madre de Rémy Salvat resume la indignación de la familia ante el final de su hijo. Rémy, de 23 años, sufría una rara enfermedad degenerativa y se suicidó el domingo, después de que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, se negara a que se le ayudara a morir. El suicidio asistido y la eutanasia son ilegales en Francia, igual que en España”.

El caso Chantal Sébire y su albacea: "Es hora de aceptar la eutanasia".

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1 Comentarios:

Blogger Shangri-la escribió...

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11:28 p. m.  

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