7 de mayo de 2009

Porca influenza

En el magnífico artículo de Arcadi Espada del pasado 2 de mayo -¿Pandemia…? La mediática- se hablaba de la gripe porcina en su doble y siamesa vertiente: política y mediática. La sucia influencia de la porca influenza que nos asola. Destaca en dicho texto la referencia al Quadern Gris de Pla y la unanimidad que produjo la gripe española de 1918-1919 en Cataluña:

“14 de marzo.
Ahora, finalmente, da gusto vivir en Cataluña. La unanimidad es completa. Todo el mundo está de acuerdo. Todos hemos tenido, tenemos o tendremos, indefectiblemente, la gripe.

18 de octubre.
La gripe hace terribles estragos. La familia se ha tenido que dividir para ir a los entierros.”

La unanimidad popular, un agrupémonos todos en enferma legión, es un objetivo de todo gobernante que se precie: conseguir un estado de vigilia de la población en torno a una amenaza exterior de la que salvarnos. La alarma, venga a cuento de unas lluvias más cuantiosas de lo conveniente o de un nuevo virus que nos recuerde nuestra globalidad (es decir, nuestra indefensión por falta de responsable tangible al que protestar), añade dos rasgos muy periodísticos en su versión moderna: novedad y puntual periodicidad. Los estados de alarma, tan parecidos a los estados de excepción de las dictaduras salvo que los empeoran con su regularidad, siguen un protocolo sanitario digno del prospecto de cualquier medicamento. Una posología para súbditos que va del diagnóstico de la enfermedad como pandemia a la prescripción del miedo y consiguiente esperanza en la curación. Porque si no fuera tan peligrosa la pandemia de turno cabria se devolvería al enfermo la mayor libertad que pueda tener: dejar de ser enfermo. El resultado es un espectáculo disuasorio de riesgos y responsabilidades personales para entretenimiento y conversión del ciudadano en enfermo y espectador.

No se sabe si la gravedad de la gripe porcina remite pero sí remite la gravedad de la alarma, una vez han comprobado sus alguaciles que la benevolencia en el uso de las sucesivas alarmas es más eficaz para el control del enfermo que la misma alarma. Esos alguaciles son el poder político en forma de gobiernos y organizaciones internacionales sanitarias, y los medios de comunicación. La benevolencia del poder consiste en alternar la alarma y su alivio a dosis iguales y constantes, una homeopatía dirigida a la sumisión del ciudadano para convertirlo en enfermo potencial permanente, es decir, en dependiente de y en guardia: Es una nueva vuelta de tuerca en el permanente estado de dependencia respecto al concepto de salud al que nos someten. Así, los gobiernos norteamericano y mejicano (éste, con menos margen para el juego) y la OMS han coincidido en el protocolo a aplicar a la nueva pandemia: primero, la secretaria de Estado del ramo, señora Napolitano, decretó el estado sanitario de emergencia y al cabo de pocos días el presidente Obama rebajó la amenaza. El 27 de abril la OMS estableció en el nivel 4 –dentro de una escala de seis- la alerta por pandemia, según anunció la directora general del organismo (vivo), Margaret Chan. Dos días más tarde elevaba el riesgo al nivel 5, lo que significa que “el virus se ha transmitido de persona a persona en al menos dos países de una misma región”, en este caso México y Estados Unidos. Esto “implica una señal contundente de que la pandemia es inminente”, decía la crónica del periódico que recogía la noticia. Al día siguiente el mismo organismo proseguía su mutación paralela a la del virus y decía que no debería ser alarmante pasar al nivel seis si proseguía la expansión de la enfermedad.

Sin embargo, no debería cundir tanto la alarma pues hace tiempo que se encontró una vacuna eficaz para las modernas y puntuales enfermedades, ahora pandemias por mor de lo global: los riesgos económicos que desata la alarma. Esos riesgos quedaron demostrados en el caso de la anterior gripe, la aviar. La OMS declaró Toronto zona de riesgo y el resultado iba a ser catastrófico para la economía de esa ciudad de convenciones y congresos hasta que protestó el gobierno canadiense y la OMS retiró la calificación. En su descargo de la primera declaración hay que recordar que el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (conocido por sus siglas en inglés, SARS) había matado 44 personas en Canadá, todas ellas en Toronto. No sucedió lo mismo para Tailandia, que sufrió gravemente las consecuencias en su turismo exterior. El mercado encontró un punto de equilibrio entre la prevención que las alarmas sanitarias pretenden y los efectos económicos que producen. Y sólo la amenaza de ruina económica puede mitigar la moderna tendencia a considerar la salud en estado cuasi permanente de alerta.

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