21 de junio de 2009

Volverás a Región

(*) Ya es hora de dedicar una portada al mayor escritor en español del último medio siglo, y uno de los dos mejores de la literatura universal de ese periodo, con Cormac McCarthy. No es casual que ambos hayan sabido recoger la influencia del maestro de maestros que les precedió, William Faulkner, y la hayan asumido y resuelto de muy distinta manera. Benet con un lenguaje profundo de escritura precisa y frase nítida, redonda y amplia, en el que nada falta ni sobra, escrito con un estilo soberbio y consciente de su independencia, orgulloso de una elegancia tan barroca como despojada de adornos y aliños; sumergirse en sus novelas es salir desnudo y vestido de pontifical a la vez. McCarthy, cuya ausencia del Nobel deja a ese premio comercial y político en mantillas literarias, es de frase concisa y rotunda, una escritura sin concesiones basada en diálogos quirúrgicos, descripciones y silencios sobrecogedores que revisten a sus historias de una forma poética depurada al máximo, un lenguaje podado hasta la raíz de la impresión que crea. Ambos, como Faulkner, simbólicos y creadores de mundos tácitos y opresivos pero abiertos a ser liberados por el poder de evocación que transmiten al lector. Si se completa el panorama con el mejor filósofo europeo del momento, el maestro Agustín, nuestras letras salen muy bien paradas. Para la primera mitad del siglo sangriento se podría dejar a Baroja, incluyendo sus hachazos a falangistas y beatos, tan liberadores de miserias.

El altísimo vuelo de Benet planeó sobre un momento literario de buenos escritores en un país aislado y pobre, con el espíritu refugiado alternativamente en la tradición y en la rebelión en lugar de servirse de ellas. Por capacidad y ambición Benet no se quedó en el realismo social ni se instaló en una ficción gratuita que se esconde en imágenes gratificantes por reconocibles; de ahí que despreciará el cine. Después, la educación nacional redujo el espíritu y hoy su talla supone una feliz cima respecto a los escritores de taller que componen una novela como si fuera un mecano inestable, combinando palabras y temerosos de hacerlo mal como apocados que son. La belleza de Volverás a Región, su sensación de obra acabada y perfecta, es estremecedora. El territorio imaginario que crea reúne todos los elementos necesarios para superar lo verosímil y la asociación con lo familiar como jueces literarios que dictarían sentencia tan favorable como caduca:

- los personajes, sin más destino que deambular como fantasmas por una historia que ni rehúyen ni reconocen como propia, de conciencia esquiva “que no recuerda el odio pero atesora el rencor”, cuyas derrotas calladas son la derrota que emprende la novela y cuyos diálogos se saben intercambio estéril de soledades enfrentadas y sus monólogos signo de una vida estancada y sin voluntad alguna de redención:
De forma que tantas veces como pretendí ponerme en viaje (…) me vi finalmente sentada en la cuneta de una carretera desierta o en el andén de una estación del absurdo,

Lo que sí le puedo asegurar es que nunca me permití la menor licencia y que a mí misma me impuse la disciplina del silencio desde que acabó la guerra. Si algo había comprendido era que a partir de entonces existían dos mujeres diferentes que no debían confundirse si es que yo quería conservar la integridad de la reclusa;
- descripciones de paisajes hechas con un simbolismo que rompe el espacio físico y lo une con el personal del narrador, haciéndolos comunes a los lectores y transformándose en un lugar mítico. Trasciende una geografía tortuosa para ascender a una armonía quebrada por la ruina del viajero y el lugar:
Un momento u otro [el viajero] conocerá el desaliento al sentir que cada paso hacia adelante no hace sino alejarlo un poco más de aquellas desconocidas montañas. Y un día tendrá que abandonar el propósito y demorar aquella remota decisión de escalar su cima más alta, ese pico calizo con forma de mascarilla que conserva imperturbable su leyenda romántica y su penacho de ventisca.
- juego de tiempos verbales con elipsis en su evocación a través de imágenes que se querrían borrosas y que los hacen indefinidos y por tanto continuos y universales:
Ningún resto de esperanza, en esta tierra de los desengaños, ha prevalecido desde que el tiempo fue sellado con el clic del picaporte o con el disparo de Mantua; para nuestra salud nada mejor podía haber ocurrido; ni prevalecerá -se lo puedo asegurar- mientras quede una postal, una fotografía amarillenta como ésa que usted trae, un recuerdo de cualquier índole con el que sondear el abismo de un hoy que no es sino un fue, un algo que no ha existido nunca porque lo que existe fue y lo que fue no ha sido.
- la historia, no como cuento explícito o fin de la narración sino como trama que subyace constante y emerge como universo que recorre la novela:
La gente de Región ha optado por olvidar su propia historia: muy pocos deben conservar una idea veraz de sus padres, de sus primeros pasos, de una edad dorada y adolescente que terminó de súbito en un momento de estupor y abandono. Tal vez la decadencia empieza una mañana de las postrimerías del verano con una reunión de militares, jinetes y rastreadores dispuestos a batir el monte en busca de un jugador de fortuna, el donjuán extranjero que una noche de casino se levantó con su honor y su dinero; la decadencia no es más que eso, la memoria y la polvareda de aquella cabalgata por el camino del Torce, el frenesí de una sociedad agotada y dispuesta a creer que iba a recobrar el honor ausente en una barranca de la Sierra, un montón de piezas de nácar y una venganza de sangre.
(*) Publicado en Nickjournal el 27 de mayo de 2009.

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18 de junio de 2009

Putas y puteros

A los malnacidos que persiguiendo a los puteros
condenan a las putas a la miseria

(*) Ishtar es hombre y mujer a la vez y sexualmente insaciable en ambas formas. A ella está dedicada la puerta más importante de entrada a Babilonia, la que lleva directamente al corazón de la ciudad, donde se encuentran los templos, palacios y tesoros, entre éstos tanto los legendarios como alguno real. Uno de los más fabulosos se atribuía a la primera reina del mundo, Nitocris, que quiso reinar porque pretendía ser hombre, inaugurando una saga egipcia de mujeres faraones y acogiéndose a la dualidad de Ishtar, según contaban los babilonios con más orgullo que crítica. Nitocris, estadista previsora, dejó una inscripción en una de las puertas de su templo: “Si un futuro gobernante necesita oro, que abra mi tumba”. Darío, el rey persa bajo cuyos dominios estaba entonces Babilonia, ordenó abrir el sepulcro pero sólo encontró el cuerpo de la reina conservado en miel y un ladrillo con una inscripción que condenaba su avaricia al ostracismo: “Si hubieses sido menos porfiado y codicioso, no te habrías convertido en ladrón de tumbas”. Darío arrojó el cuerpo de la reina al Éufrates y con él su propia codicia.

Siguiendo una antigua ley del país, en el templo de Ishtar se prostituyen las mujeres. Toda mujer babilonia debe ir una vez en su vida al templo y esperar al primer hombre que le ofrezca una moneda de plata. En otros templos de la diosa se prostituyen también muchachos con homosexuales, que así ganan una bendición particular de la diosa, pero sólo a las mujeres está reservado el honor supremo de servir a Ishtar. De los confines del mundo entonces conocido llegan extranjeros a someterse con placer a esa ley, pues los babilonios se retraen al ver a sus esposas e hijas sirviendo carnalmente a la diosa. Cuando Jerjes, hijo y sucesor de Darío, visita la ciudad se dirige al templo donde encuentra más de mil mujeres dispuestas al placer en el atrio, con los eunucos ordenando el tráfico sexual. Zopiro, sátrapa de la ciudad, advierte a Jerjes y sus amigos que aquellas mujeres que daban la impresión de disfrutar eran verdaderas prostitutas que simulaban servir a Ishtar. Las más codiciadas eran las ocasionales y a ellas se entrega Jerjes: “Son preferibles las mujeres a las que se ve graves y turbadas, como si de algún modo estuvieran apartadas del cuerpo que ofrendan a la deidad” (Gore Vidal, Creación). Zopiro, oficial del ejército persa, se había desfigurado adrede la cara durante el interminable y estéril asedio de sus tropas a Babilonia para simular una deserción y ganarse la confianza de sus habitantes y el favor de Darío al entregarle la ciudad. Paralelo al ambivalente sentido de Ishtar, en su doble ambición de persa y babilonio, de soldado y gobernante, Zopiro se queda sin cara pero con el trono de la lujuriosa Babilonia.

De la puta legal y el puterío público a la puta íntima y festiva a la vez que melancólica como arquetipo literario: Ilona llega con la melancolía y supera esa trampa para hacerse real. Se nos hace verosímil a fuerza de perder la inocencia y la maldad como su inversa automática en algún recodo oculto de la historia, a fuerza de sernos familiar por identificación más que por experiencia: “Gaviero loco, Maqroll jodido… y así hasta que, entrelazados y jadeantes, hicimos el amor entre risas; como los niños que han pasado por un grave peligro del que acaban de salvarse milagrosamente. Con el sudor, su piel adquiría un sabor almendrado y vertiginoso. La noche llegó de repente y los grillos iniciaron sus señales nocturnas.” (Alvaro Mutis, Ilona llega con la lluvia)

La noche ya se ha echado encima y los grillos mandan: varias Ilonas más tarde y cuando la asepsia ha desbordado el siglo más sangriento, triunfa el puritanismo de la mano de nuevos eunucos. Estos castrados mentales han vuelto y no para proteger legalmente el derecho de ejercicio de las putas sino para perseguir a los puteros y condenarlas así a la clandestinidad y a la explotación de traficantes y chulos, los nuevos bárbaros oficiales. Ya no son beatas de sacristía sino meritorias con despacho de una vieja virtud que se dedican a vestir nuevos santos. Son meritorias de pesebre porque si hay algo que determina más que la cuna es el ansia por salir del arroyo de algunos descastados. Niegan a las putas el derecho al propio cuerpo que tanto pregonan para asuntos más fúnebres. La persecución del putero impide a las putas ejercer en las mismas condiciones de libertad, seguridad y salud que cualquier otro trabajador. En el país que no se entiende sin el puritanismo y donde se asocia publicidad con libertad les prohíben anunciarse bajo amenaza de denunciar a sus clientes. Si hay algo que odian estas nuevas monjas es el espectáculo de la carne que montan las putas, un escenario que contrasta con la vergüenza íntima e inconfesable de las desoladas vidas de sus nuevas guardianas. Es la vieja batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma, una querencia de género que han preferido a la dualidad de Ishtar. Se han quedado con el trono pero sin cara.

Francesca Woodman: Autorretrato, Roma, 1977-78

(*) Publicado en Nickjournal el 25 de mayo de 2009.

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